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Columna El Teatro
Tonadillas y tonadilleras. Couplet y coupletistas
Armando de Maria y Campos
"Exigencias de formación" –que se dice en el caló periodístico– nos impiden a los comentaristas de espectáculos, que escribimos para los diarios matutinos, dar informaciones de la noche a la mañana, como, las que sería oportuna ahora y a esta hora ofrecer de la presentación anoche de Conchita Piquer y su cuadro cantadores y bailarinas de España, o la del nuevo estreno de La casa en orden por la Compañía Fábregas Montoya. Por esto hago este paréntesis en torno de la actualidad viva que durante muchos días será Conchita Piquer.
Deseo llevar al público de ahora una visión rápida de la evolución de la tonadilla, deteniéndome en sus periodos más característicos, hasta llegar a estos días. Durante el siglo XIX, tan dramático para la vida política española, la tonadilla sufrió alternativas dignas del comentario. Pérdida de las colonias, regencias e insurrecciones, repúblicas y restauraciones. El pueblo tenía que conformarse cantando y bailando. Cafés cantantes, cuadros flamencos, los salones "Actualidades" y "Japonés", tonadilleras y coupletistas. Y todo ello, reflejado en la vida, todavía colonial, de las "jóvenes repúblicas de América".
Con el siglo XIX desaparecieron en Madrid los pecaminosos salones Actualidades y Japonés, donde lucían sus aptitudes coreográficas, entre otras muchas que no lograron destacarse, Pilar Monterde, la Bella Belén, Antonia la Criolla, Pilar Cohen. En el Salón Japonés empezaron artistas de tanto renombre como "Chelito" y la afrancesada "Fornarina". Algunas vinieron a México, muchas no se atrevieron a "cruzar el charco". Estos salones, más que templos del arte, donde se rindiera culto al sprit de la tonadilla, eran –a creer de los cronistas españoles de la época– antros donde el calavera y el viejo verde, público pintoresco y frívola, tan imponderablemente pintado en "El género ínfimo", de los hermanos Quintero, satisfacían sus bajos apetitos estéticos con La pulga y El garrotín. A Pilar Cohen, creadora de La pulga, no la conoció México, y por eso no puedo opinar sobre si su discutido y popular arte era capaz de ausentar a "las personas decentes" de los salones en que la contemporánea de la "Chelito" y la "Fornarina" actuaba y sí, como se asentó en letras de molde, "estos templos y sus sacerdotizas eran –merecidamente– considerados como un baldón para todo el mundo". Un día... una artista de talento, desterró de su toilette la falda concupiscente y amanerada, a la altura de la rodilla –¡qué horror!– y se presentó en público "decentemente", y ajustando el couplet –la tonadilla traducida al francés y vuelta a traducir al español– a la honestidad de su traje, trocó el chiste picante, lascivo y callejero, con la ética gracia del humorismo. Y a partir de aquel día, la tonadilla convertida en couplet, confinada en las pequeñas salas de "varietés", remontó el prestigio de los grandes escenarios.
De los nefandos salones Actualidades y Japonés, enclavados en la castiza calle de Alcalá, de Madrid, y del clásico salón Romea, pasó el género, con su creciente renovación y engrandecimiento a los teatros como el Novedades, al Frontón Central, por donde desfilaron las mejores artistas del género –que después "harían América" con su obligada temporada en México– Academia Metropolitana, cines Alcázar y Montecarlo, salón Allende, Trianón Palace –templo frívolo de las calles de Leandro Valle–, etc., etc.
Tonadilla y couplet se confunden, forman un nuevo género –después volverán a separarse– y tientan a los autores de mayor fama y tronío, que le dan rango al "género ínfimo". Linares Rivas, Martínez Sierra, los Quintero le consagraron su atención escribiendo lindas canciones, y también Pedro de Répide, José Juan Cadenas, Antonio Paso, Oliveros y Castellví –autor de El relicario–, Susillo, Raffles, Sánchez Carrere, Tacglen, Mariño, Martínez Abades, Nieto de Molina, Salvador Valverde, Orejón, Antonio Rincón –cuyo couplet, Colón, Colón 39–, cantaron las 49 provincias y las 21 repúblicas que entienden el español. De compositores, ¡no se diga!: desde Chapí, Luna y Lleó hasta Martínez Abades –pintor mediocre y afortunado melodista– y ¡todos! los que podían zurcir 4 notas pegajosas, populacheras. En una estadística de la Sociedad de Autores Españoles publicada en 1918, los autores profesionales del "género ínfimo" pasaban de ¡mil! Y por ahí andaba el número de tonadilleras y coupletistas, con sus pujos de cantaoras muchas: Pastora, Raquel, la Goya, la Isaura, la Argentinita...; ya iniciaré en breve el desfile evocador.
Será largo el desfile de tonadillas y tonadilleras, y no lo confiaré únicamente a la memoria, porque entonces tendría que empezar por aquella tonadillera que oí en la Academia Metropolitana cantar aquel couplet cuyo estribillo ponía en mi carne estremecimientos turbadores:
Si yo fuera gato negro, olé
y por tu ventana entrara...
Quede, mientras tanto, fijado en esta cuartilla, como un homaneje a la gran artista de este género que fue Argentinita, el estribillo de la tonadilla con que se presentó en México, y que zumba insistente en mi recuerdo:
Algunas van por la calle,
"asin": tan tirás p'atrás,
que era menesté decirles:
¿Niña, de qué te las das?