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Columna El Teatro
El triste destino de las tiples cómicas mexicanas. De Emilia Trujillo a Amelia Whilhelmy, pasando por Lucina Joya, Lupe Inclán y Delia Magaña
Armando de Maria y Campos
Triste destino el de las tiples cómicas mexicanas, artistas excepcionales de nuestro género vernáculo durante breve temporada y sombras en el recuerdo del teatro nacional después. Brillan sus mejores triunfos en noches de auge del género chico –sainete, zarzuela o revista– y a poco se desvanecen, se esfuman con lo gracioso y típico nuestro, decae el género y asalta la cacería de chabacano y lo trivial.
Un reciente y frustrado, en su aspecto económico, homenaje y beneficio a la tiple cómica Amelia Wilhelmy, retirada contra su voluntad de la escena, víctima de incurable enfermedad, ha traído a la memoria del cronista los nombres de otras grandes y olvidadas tiples cómicas del género chico mexicano, que también fueron creadoras, tuvieron sus noches de gloria y pasaron, borrándose la estela luminosa de su gracia, su picardía y su talento.
Recuerdo de mis primeras andanzas teatrales es Emilia Trujillo –la personalidad, de gracia fluida y pícara, que llevó nuestros tipos populares a la escena sin grandes teatralismos ni concesiones a lo artificial. Era una artista diáfana, ingenua, sin artificios ni pretensiones que tanto pierden a nuestras artistas, que conquistaba al público con su arte espontáneo, sin latiguillos. Durante muchos años llenó los teatros que empezaron a cultivar las revistas y zarzuelas mexicanas –el María "Tepache", el Briseño, el Apolo–; representó por primera vez, con gracia fina y frívola, la borrachita mexicana, que corregida y aumentada por otras artistas que le siguieron aún pisa con éxito nuestros escenarios. Lo lamentable para nuestro teatro fue que la "Trujis" continuara representando en la vida, y con mayor éxito que en el teatro, ese difícil y peligroso personaje. Añoro la dulzura metálica de la voz de Emilia Trujillo, de campanita de plata.
Cuando Emilia Trujillo reinaba en el María Guerrero, apareció otra gran tiple cómica mexicana, Lucina Joya, que se consagró con la "molendera" del sainete mexicano El pájaro azul, de Xavier Navarro. Hablaba con la gracia ingenua de nuestras indias, le ayudaba su tipo, y, cantando, llevaba la "segunda" de las canciones mexicanas. Su modestia la mantuvo siempre en un injusto segundo término.
Tras de la pareja Emilia Trujillo-Lucina Joya apareció la formada en el tiempo y en el espacio de la historia de nuestro género chico, por Lupe Rivas Cacho y Lupe Inclán, parecida a la anterior hasta sus proporciones de categoría. La Rivas Cacho –aún cultiva el género mexicano con el de comedia española, por el interior– fue una tiple intuitiva y de grandes condiciones para el género; cuidadosa del detalle, tenía la costumbre de desnudar a los "peladitos" y "peladitas" en la calle, comprándoles la ropa, y con ella imitaba su vestuario y surgía en la escena su inolvidable caracterización de los tipos arrabaleros. Su borrachita de La ciudad de los camiones reconoce ese origen. Después, en las primeras grandes revistas nacionales como La ciudad de los volcanes, le dio al tipo mexicano un sello y un cartácter tan firmes, que de los suyos arrancan los que vinieron después.
Lupe Inclán fue el caso de la tiple mexicana que destacó entre nuestras credoras de tipos nacionales, por el calor dramático que sabía imprimirles; artista de amable temperamento criollo, no tuvo oportunidades ni la suerte de la Rivas Cacho, quien, en lo cómico, como la Inclán en lo sentimental, han sido las mejores artistas en este género, en su tiempo. Lupe Inclán estrenó La norteña, de Vigil y Robles, en 1920, y a su fina y lánguida interpretación se debe el éxito que esta gran canción mexicana alcanza todavía.
Más cerca de estas épocas que el recuerdo quiere fijar en la cuartilla periodística, surgió Delia Magaña, menudita, graciosísima, con talento, y ¡perezosa!. Su aparición creando tipos cómicos mexicanos muy bien entendidos hizo creer que venía a borrar a todas las creadoras de tipos nacionales. Pero poco a poco se fue apagando; bien es verdad que entonces empezaba a imponerse ese género híbrido, ni sainete ni revista, ni pista de cabaret ni programa de radio, que es el que ahora se cultiva como "género mexicano". Triste destino de olvido, abulia y falta de oportunidad el de Delia Magaña, como el de Lucina Joya, el de Lupe Inclán...
De las carpas arrabaleras y típicamente mexicanas, en las que se refugian, para saltar después a escenarios de más categoría, tantos grandes artistas, surgió Amelia Whilhelmy, cómica de abolengo, que desde pequeñita, en la compañía de sus padres, Adolfo Wilhelmy y Refugio Juárez, había establecido contacto con el enemigo y gran amigo que es el público. De figura menudita y ágil, toda llena de gracia cómica, con potencia creadora, con temperamento, bien pronto se hizo la figura central del híbrido género chico mexicano que ella volvió a hacer típico con sus personajes mexicanísimos, a los que imprimió un dinamismo muy de la época que tocó vivir a su triste destino de tiple cómica mexicana. Fue el suyo arte rápido, pintoresco, audaz hasta la caricatura; sin la voz de la Trujillo, sin el amor al detalle de la Rivas Cacho, sin el temperamento dramático de la Inclán, la Wilhelmy fue una gran tiple cómica nacional, creadora de nuestros tipos populares forma un capítulo de los más ricos y personales de que pueda enorgullecerse el teatro mexicano.
Tal vez no vuelva a pisar la escena Amelia Wilhelmy víctima de una dolencia que frena lo que en ella más contaba: su dinamismo. Queda en nuestro recuerdo como Emilia Trujillo, Lucina Joya, Lupe Inclán y Delia Magaña las tiples mexicanas de los más truncos destinos.