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Columna El Teatro
La zarzuela española en plena crisis de espectáculos teatrales
Armando de Maria y Campos
Las plumas que diariamente glosan la vida de la escena, según lo exige una novedad en todo instante fluida y renovada, han coincidido en comentar lo que califican de crisis del teatro en México. Crisis que, para no llegar muy lejos, se comenzó a señalar desde los primeros años de nuestra independencia política de España. Cada vez que había ocasión, porque no abundaban los espectáculos en nuestro Coliseo –todavía no se adaptaba para la ópera el palenque de gallos que después fue Teatro de los Gallos–, las plumas que tomaban en sus puntos temas teatrales, hablaban de la "crisis del teatro en México". Y lo que había, y se repite con frecuencia, es la "crisis de espectáculos teatrales", exactamente como ahora, en que no hay propiamente crisis del teatro –el teatro, como la vida y porque es vida, está constantemente en crisis–, sino de espectáculos. Si la realidad no nos ofreciera hoy la inopinada clausura de una sala de espectáculos –la del Arbeu, para referirnos a la clausura de la semana pasada. y mañana la de otra u otras, y en seguida la apertura de otra, o el debut de un artista llegado de La Habana o de Buenos Aires, que es de donde ahora nos llegan, o la presentación de tal o cual farándula bien conocida, a buen seguro que la crisis del teatro no podría ser negada. Crisis, sí, pero de espectáculos.
Por una o por otra causa la metrópoli no cuenta con espectáculos de categoría. Los que disfruta son viejos que, como Fausto, merced a pociones y linimentos decorativos recobran de pronto una esplendente juventud. El caso más reciente es el que se ha operado en el Fábregas con la presentación de una Compañía de Arte Lírico Español, título demasiado ambicioso para la realidad de sus posibilidades, ya que se trata de una temporada de zarzuelas españolas del género grande, es decir, del de en dos o más actos. Un cronista español definió estas crisis de espectáculos con estas o parecidas palabras, que cito de memoria: "Son sepulcros blanqueados de que nos habla la Biblia; por fuera, pulcritud, fausto y riqueza; por dentro, el cadáver del buen gusto, roído por la gusanera hirviente y bullidora del astracán". Si el saco le viene a la compañía del Ideal que se lo ponga...
No sería justo calificar de "sepulcros blanqueados" las tres o cuatro zarzuelas que hasta ahora ha presentado la compañía del Fábregas que dirige el gran actor cómico Antonio Palacios, porque en verdad no lo son ni La del soto del parral, ni Luisa Fernanda, ni La del manojo de rosas, ni Don Quintín el amargao, sainete sin música cuando conviene, y zarzuela cuando hay quien cante y baile los dos o tres numeritos que ilustran la acción que no requiere de música para lucir, pero tampoco se puede asegurar, sin mentir francamente, que cualquiera de tales zarzuelas constituye una novedad para nuestro público que, en ocasiones, hasta las sabe cantar mejor que los intérpretes de ahora.
La flamante temporada de zarzuela española que se desarrolla en el Fábregas con tiples de la valía de Maruja González y María Badia y cantantes de la calidad de Freyre, Pineda y Moreno atrae público en cantidad suficiente para llenar la sala, público dispuesto a intervenir en la representación, como en el caso de los números musicales de Luisa Fernanda, con lo que también forma parte del espectáculo, como Ortega y Gasset cree que debe ser, porque, según el maestro español que por estos días ha hecho acto de presencia en España leyendo una conferencia en el Ateneo redivivo, en el teatro hay sólo actores y espectadores que para poder serlo han tenido que salir de su casa. Espectadores que como los actores se despojan de su personalidad para vivir el momento, la época que en el escenario se representa, del mismo modo que los artistas dejan de ser lo que son actualmente para vivir y expresarse como los personajes que encarnan bajo unas telas análogas a las que aquéllos vistieron. Se vive, pues, dentro del teatro en plena farsa, pero la farsa es anterior al teatro; existe –dice con razón Ortega y Gasset– desde que existe el hombre. ¿Cómo puede estar en crisis el teatro, si el teatro existe desde que hay vida? La vida, como el teatro, no puede estar nunca en crisis; lo puede estar, y lo está, el hombre –material humano–, como lo están constantemente los espectáculos –material humano de autores y de actores–.
Pero no valen lamentaciones, que en el fondo son las mismas de hace años y años. Padecemos crisis de espectáculos, es verdad, pero como no hay otros, a éstos hemos de seguir refiriéndonos, con honesta conformidad, hoy y mañana, como siempre.