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Columna El Teatro
Recuerdos y retazos en los teatros frívolos
Armando de Maria y Campos
Agavillo y anudo en este comentario marginal, antes de que se pierdan en el mundo de los buenos propósitos, algunas ideas en torno del teatro frívolo que disfruta o padece –según se miren las cosas, es decir los espectáculos de revista– la metrópoli, de algunos años a estas fechas. Para nadie es un secreto la tradición hispana de nuestro teatro de revista o de comedia; aquél procede del llamado género chico español que llegó a tener en México su Catedral de la Tanda, el inolvidable teatro Principal, ex coliseo de los virreyes. Al devenir la zarzuela española en un acto en la revista, cuyo primer gran exponente fue La gran vía de Quinto Valverde, estrenada en México al año escaso de su primera representación en Madrid, la zarzuela mexicana en un acto también derivó hacia la revista, y fue, hasta hace pocos años, un espectáculo frívolo en el que intervenían, mitad y mitad y siempre de acuerdo, músicos y libretistas, es decir, autores.
Por excepción aparecían en nuestros escenarios revistas de origen europeo o de procedencia yanqui. Ni siquiera en los tristes años del 47 y 48 pudo aclimatarse en nuestro medio la revista de variedades gringa. Allá por el año 1920 actuó en el Iris un vaudeville gringo de 2a. categoría; poco después el bataclán de Madame Rassimí. Este renovó la revista mexicana, pero no la volvió híbrida. Fue preciso que viniera Marcus con sus acróbatas y sus girls bellas y desabridas, con sus sketchs insípidos, para que el espectáculo frívolo en México empezara a sufrir la transformación a reversa a que ha llegado en estos últimos años, en que para hacer una revista no hace falta ni el músico, ni el libretista. Perdida la tradición hispana en nuestros espectáculos frívolos el proceso de desnacionalización del teatro frívolo en México se percibe claramente, no empero los sketchs –¿por qué no llamarlos "esbozos", apuntes de sainete siempre frustrado?– por los clowns de moda en el Arbeu, Lírico, Colonial y Follies. Parece que existiera el propósito dirigido de desenterrar de nuestra escena la raíz de la tradición teatral hispana, que fomentan de modo inconsciente los artistas de origen hispanoamericano que pisan nuestros foros después de haber actuado en los de Estados Unidos. Ejemplo al canto. Actúa en el Lírico una chica llamada Mariquita Rivera, nacida en Puerto Rico, y cuyo trabajo consiste en cantar y bailar rumbas y zambas con gritos, gestos, movimientos y contorsiones del gusto de los públicos gringos de paladar poco escrupuloso, que cuando el "respetable de las alturas", al único al que generalmente se dirigen las artistas de este tipo y corte, le pide tal o cual baile o canción, pregunta: –¿Cuál canción quiere mi querido público mexicano que le cante?... Menciona el título de la que más gritos provoca. Y ...OK, responde la dinámica portorriqueña. Y baila una rumba en inglés.
Vivimos hasta en el teatro una época de transición, y de absurda rectificación hispánica. Todo se le niega, o se le roba a España. Ejemplo: en los Estados Unidos se ha llevado al teatro la histórica lucha contra la fiebre amarilla. Carlos Finlay, el sabio investigador que descubrió el agente transmisor de la plaga era cubano; más aún –comenta Henríquez Ureña–: cubano que trabajó por la independencia de Cuba. Pero en el drama no se declara su nacionalidad verdadera, que da poco brillo: se le llama escocés. Para colmo, una enciclopedia norteamericana llama a Finlay "American" es decir, de los Estados Unidos; pero añade con exquisita despreocupación: "nacido en Cuba", como un periódico llamó a Cantinflas el "Chaplin mexicano".
En el Lírico una revista con un título que es un juego de letras con las siglas de moda: El RIP del PRM, que no es otra cosa que retazos de otras revistas mexicanas y recuerdos de varias de cualquier origen. Retazos y recuerdos es, también, la nueva revista del Arbeu, dirigida y armada u organizada por el director argentino Roberto Ratti. Se titula La revista de a quinto, quien sabe por qué, y no creemos que haya sido representada en el teatro Maipú, de Buenos Aires. Si carece de libro y de partituras, que fue lo que, según los programas de aquí, se representó 1,000 veces ante el público bonaerense. Lo único que verdaderamente estrenó en México fue una bonita colección de trajes, de poca tela todos ellos.
Difícil época ésta para los espectáculos, sin libretistas, sin partituras escritas para el caso, con intérpretes que contentan al público –es la verdad monda y lironda– con cualquier canción o con hábiles rotaciones de caderas; época que podría definirse como la del torero caro con el toro chico o de las tiples con voz gracias al micrófono. ¿Qué sería de los fenómenos taurinos de estas tardes si saliera el toro de cinco yerbas y con 28 arrobas, y que de cualquiera Rosita Fornés o Emperatriz Carvajal sin el micrófono al alcance de la mano?...Detente lengua, y pronuncia, mejor, para que la mano lo traslade a la Smith Premier, el verso galante de Rioja:
"¿Y tú la edad no miras de las rosas?"