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Columna El Teatro
Movimiento continuo en los coliseos metropolitanos
Armando de Maria y Campos
Se da con el teatro metropolitano la paradójica circunstancia de que no habiendo mucho que decir de él –de martes a martes– el cronista no puede prescindir del comentario semanal, precisamente por lo mucho que se puede escribir sobre el teatro metropolitano –de martes a martes–.
El público acude a las salas de espectáculos con un entusiasmo poco común, y aplaude funciones –¿lo decimos?– que no merecen su entusiasmo desbordante. ¿Se puede hablar de crisis de valores artísticos cuando intérpretes, que en épocas normales no hubieran sacado para ir tirando, ganan honorarios fabulosos y se los disputan el teatro, el cine y la radio?... No, desde luego. Y, sin embargo...
El lector no ignora que la efeméride artística excepcional de la semana pasada fue la presentación de Lily Pons con la Lucía, en el Bellas Artes. Diamante de a libra. Lo demás, bisutería... quincalla ibera... viejas novedades.
El espectáculo que en el Arbeu presenta la tonadillera María Antinea, se renovó por cuarta vez. Sus directores se han echado por el camino más fácil, por la calle de enmedio del simple desfile de variedades de café concert "a la española", o de tablao andaluz, como gustéis. Cada uno de los "números" del elenco hace lo que sabe, y en determinado momento se usan de todos para cuadros de conjunto. En vez de iniciarse el programa con artistas de los llamados "teloneros" –los que actúan al levantarse el telón, y que son los de menos calidad del elenco– comienza éste con un conjunto Garrotín del 700, usándose el muy popular en su tiempo, llamado "talento de calés", y que resulta lo mejor de los veintitantos números, que siguen después, y en los que hay de todo.
Luana Alcañiz nos defraudó. Contra lo que dice la letra de La leyenda del beso: "yo canto y bailo", ni lo uno ni lo otro. Una sorpresa fue la presentación de los hermanos Martínez que bailaron con mucha gracia y sal, y sin los descoyuntamientos que frustrarán toda coreografía seria en Lupita Torrentera, una farruca muy flamenca. Con maliciosa habilidad se usó de la canción Para el carro, de Quiroga, y de un trozo de la zarzuela Luisa Fernanda para zurcir el cuadro Amoríos en Extremadura. Dos veces intervinieron con números propios las estrellas del elenco María Antinea y Rafael Acevedo, aquélla vistiendo de hombre y de mujer, según costumbre; éste recitando, con su énfasis característico, que lo lleva a restarle matiz a lo que dice. Por cierto que se da en estos artistas un singular caso de mimetismo artístico: cuando María Antinea canta, parece que Acevedo recita, y cuando éste recita se nos figura ver a María Antinea cantando...
Como estaba previsto, la comedia de la autora mexicana Julia Guzmán Muérete y sabrás, fue retirada del Ideal al cumplir su primera semana; se repuso esa comedia característica de los autores españoles Novarro y Torrado que se llama Siete mujeres. Nada entre... tres actos.
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La pareja Pepita Meliá-Benito Cibrián, con su vástago Pepito, se presentaron en el Iris para hacer Malvaloca, de los Quintero. Los escasos cambios en el reparto, obligados porque algunos de los actores que acompañaron a Meliá-Cibrián en el Fábregas continúan en aquel coliseo, no fueron óbice para que las nuevas representaciones de Malvaloca satisficieran al no muy abundante público que siguió a los lectores españoles al otro teatro de Donceles. Por cierto que en el Fábregas corren vientos de fronda. Clementina Otero se va del Teatro de México, porque... se casa, pero sin despedirse, del público se va de casa. El sábado próximo estrenará una comedia del inglés Somerset Maugham: La mujer del César.
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El escaso éxito que acaba de alcanzar la película mexicana Club verde no impidió a los autores del Lírico, Ortega y Benítez, fraguar una revistilla con título que recuerda el del film que protagonizó con escasa fortuna Celia Montalván, primera figura de ese coliseo. La revistilla en cuestión resultó de las menos afortunadas de los fecundos autores, que se reservan, sin duda, con el estreno que le preparan a Palillo, el gran actor cómico que se pasa con chistes y bagaje del Follies al Lírico, mientras que hace lo propio el también gran actor cómico Don Chicho, que se traslada, ojalá que también con su público, del Colonial al Follies, en tanto que en el popular teatrillo de la avenida San Juan de Letrán se siguen incubando actores: –Jaso, Lajandro–, con que surtir a elencos de teatros de mayor responsabilidad.
Como véis, nada, y... cuántas cosas en este comentario semanal.