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Columna El Teatro
Los caprichos de Mariana, en Bellas Artes
Armando de Maria y Campos
Alfredo de Musset triunfó en la escena por una Ella, actriz rusa de fino y voluptuoso temperamento que precedió en el corazón del gran romántico francés al gran amor de su vida, la atormentada que fue Jorge Sand. Ninguna de las piezas que componen el teatro de Musset, de la serie Comedias y Proverbios, fue escrita pensando en la posibilidad de que fuera representada. La primera de todas sus obras de teatro, una deliciosa comedia titulada A quel revent les jeunes filles, apareció en el volumen Un spectacle dans un fauteuil, que, comentado por Saint-Beuve en la Revue de Deux Mondes, le abrió las páginas de la gran revista como colaborador. Las primeras colaboraciones de Musset fueron dos piezas de teatro: André del Sarto y Les caprices de Marianne, publicadas a fines de 1832. Unos cuantos meses después Musset, joven poeta que aún no encontraba su inspiración propia y seguía las huellas de Hugo y de Merimée de Byron también, había de encontrarse con Jorge Sand, la gran novelista de profundos, enormes ojos negros, que tanta influencia había de ejercer en su alma, haciéndole vivir una pasión honda y sincera, epilogada en un mortal desengaño, amor y dolor que hicieron vibrar las cifras más sensibles del poeta, cristalizando en las inolvidables páginas que nos legó el gran romántico.
Mientras en París se encontraban Luis Carlos Alfredo de Musset y Jorge Sand, en el teatro San Miguel de San Petersburgo, era representada en ruso una bella comedia de un poeta. Se hallaba en Rusia una gran actriz francesa, Allan-Despreaux, que vio representar la comedia de Musset. De tal modo se prendó de la obrita francesa, que pidió que se la vertieran al francés, para incorporarla a su repertorio.
Fue una sorpresa para "todo París" cuando a su regreso de Rusia, Allan-Despreaux impuso para su debut en la Comedia Francesa Los caprichos de Mariana, cuyo estreno fue un éxito que impulsó a representar en toda Francia primero, en Europa después, el teatro de un autor que no había pretendido jamás el triunfo de las candilejas.
Como tenía que ocurrir, Allan-Despreaux y Alfredo de Musset se amaron volcánicamente. Pero esta es otra comedia. Curado del amor de la Despreaux, Musset se entregó al de Jorge Sand. Otra comedia fue esta que concluyó en drama, como se sabe. Musset, al fin escritor, proyectó contar al público sus amores con Jorge Sand en la Confessión d'un enfant du siécle, y compuso la deliciosa pieza de teatro On ne badine pas arce l'amour, que el público de México acaba de escuchar en francés a la Compañía de Louis Jouvet.
Desengañado de Jorge Sand, Musset se entregó al trabajo –y a nuevos amores– para su consuelo. No sobran en esta croniquilla de teatro, pero tampoco hacen falta, las referencias a su obra poética en general. Amó a la princesa Belliogoso, a madame Jaubert, a Aimée d'Alton, la que muerto el poeta se casó con un hermano de él y escribió sin reposo. Por cuanto se refiere a teatro: Fantasio, Lorencio (1834), Le Chandelier (1835) –que el dramaturgo Usigli representó en el Hidalgo, de México, el año 1933–; Le servante du roi, Il faut q'une porte soit ouverte ou fermée (1845), On ne saurit penser a tout, Il ne faut jurer de rien, Bettine, Lorison, Carmosine (1850), etcétera. De su teatro decía él mismo: Mi copa es pequeña pero bebo en mi copa. Forma original la suya, de la que Menéndez y Pelayo dijo –y recurro a él porque al fin y al cabo Musset es un autor juzgado, consagrado– que era "deliciosa... una especie de comedia de amor, ideal y fantástica, por el estilo de las de Shakespeare, que nos transporta a un país de encantamientos (o bien) un género de realidad de salón ingenioso y convencional como la de las comedias de Marivaux, salvo la diferencia que nace del genio lírico de Musset, visible aun en la fina trama de estas coqueterías poéticas que tantos han querido imitar, y que resultan tan empalagosas en los imitadores".
Teatro de museo, casi, lo exhuma ahora el director francés André Moreau, seguramente siguiendo los pasos del Teatro Universitario, de Cuba, que representó esta pieza en 1943, bajo la dirección de Ludwig Shajowicz, quien aprovechó un limpio escenario sin bambalinas ni tramoyas, el pórtico del edificio de Ciencias de la Universidad habanera, utilizando una escenografía sobria, sugeridora, haciendo supresiones y adiciones que no alteraron lo esencial de la obra, mejorándola, según opinión de unos, como espectáculo para un público contemporáneo.
Moreau no logró de los actores aficionados que representaron en México Los caprichos de Mariana, desterrar un clima de teatro no profesional, que no llegó a imponerse a todas las otras excelencias de un espectáculo que, de todas formas, significa un esfuerzo por mantener en México un rango teatral digno de su rancia tradición y comprobado buen gusto...