Diorama de la Cultura, Excélsior
Edward Bond
Guionista de Blow up
Contra el melodrama
Héctor Mendoza
Estrecho camino hacia el extremo Norte (Narrow road to the deep North), es el título de la última obra teatral de Edward Bond.
Edward Bond, nacido en Londres en 1936, es uno de los más brillantes escritores de teatro entre los jóvenes ingleses. Hace un par de años Harold Pinter declaró en una entrevista que lo consideraba el de más talento entre los jóvenes que escriben teatro en Inglaterra. Su primera obra, La boda del papa (The Pope’s wedding), se presentó en el Royal Court Theatre en 1962. A esta obra siguieron Saved, Early morning y la última: Estrecho camino hacia el extremo Norte. En México lo conocemos por el script para la película de Antonioni: Blow-up.
Para Estrecho camino hacia el extremo Norte, Edward Bond parte de un incidente narrado en el libro de Tatsuo Basho, Testimonios de un esqueleto a la intemperie. Este incidente constituye la primera escena –a manera de introducción– de la obra: Basho, en su camino hacia el norte de Japón, en donde espera encontrar la iluminación mística, se topa con dos campesinos en el acto de abandonar a su último hijo a la orilla del río. Interrogados por Basho, los campesinos declaran que abandonan al niño porque no tienen con qué alimentarlo. La mujer insta a Basho a que lo lleve consigo; a lo cual Basho contesta que él también es pobre y que está en camino hacia el Norte en busca de la iluminación. Los campesinos se alejan desconsolados. Basho se acerca al niño y piensa que el pobre no ha hecho nada para merecerse este sufrimiento; sufrimiento que es causado por algo más grande y masivo que podría llamarse el irresistible designio del cielo. Así pues, el niño tendrá que llorar al cielo y él, Basho, deberá partir hacia el Norte.
Edward Bond continúa la obra a partir de este incidente. Treinta años más tarde Basho regresa del Norte después de haber recibido finalmente la iluminación que consiste en enterarse de que no ha aprendido nada que no supiera antes. Se encuentra con un joven que anda en busca de un maestro. El joven, Kiro, le pide que lo deje ser su discípulo. Basho se niega a la petición y le sugiere que entre a un seminario. Basho se queda a radicar en la ciudad para escribir sus poemas. Se entera de que el gobernador, Shogo, es un tirano que tiene aterrado al pueblo. Shogo manda aprehender a Basho. En el camino a palacio, Basho y los soldados encuentran a un grupo de monjes que conducían una olla sagrada y que, jugando, uno de ellos, Kiro, se la ha metido en la cabeza y ahora no la puede hacer salir. Basho intenta sacarle la cabeza de la olla, pero no tiene éxito. Al llegar a palacio, Shogo el tirano rompe la olla y libera a Kiro. Shogo acaba de ser presa de un atentado. Basho y los monjes presencian el castigo de un inocente (Shogo sabe que el hombre es inocente pero descarga sobre él su ira). Shogo ha mandado traer a Basho para encargarle la custodia de un niño que es el legítimo heredero del trono –Shogo ha tomado el poder por la fuerza. Shogo quiere que el niño crezca sin conocer su identidad y le hace prometer a Basho que no revelará el secreto a nadie. Basho, indignado con la tiranía del gobernador, y en complicidad con el Primer Ministro, marcha al Norte y pacta con los bárbaros –ingleses– para que ataquen la ciudad y derroquen al gobernador. Los bárbaros atacan la ciudad con cañones y con cristianismo. Shogo y Kiro –protegido ahora del gobernador– huyen; pero Shogo regresa con hombres y con armas y vuelve a tomar el poder. Cuando Kiro, llamado por Shogo, regresa a la ciudad, encuentra que los bárbaros y Basho la han tomado nuevamente y que Shogo, prisionero, está siendo juzgado. Basho revela la identidad de Shogo: es aquel niño abandonado por los campesinos a la orilla del río. El populacho enfurece. Basho se lamenta por no haberlo ahogado entonces con sus propias manos. Shogo es descuartizado y sus miembros son expuestos al escarnio público. Kiro se suicida rebanándose el vientre.
El espectador de esta obra debe quedarse con la sensación de haber presenciado sucesos terribles y absurdos; pero nada lejanos a una realidad constante en la historia de la humanidad.
En todo el mundo tenemos un público acostumbrado al melodrama. Es decir, un público que tiende a dividir a los personajes en buenos y malos. Con esta obra, el público se enfrenta a la aterradora sorpresa de no poder hacer tal división a pesar de los hechos. Para los más románticos, el pueblo sería aquí la víctima; pero resulta que el pueblo no figura como elemento antagónico en esta obra; el pueblo aquí no sirve más que de mera referencia y se mueve al vaivén de los personajes superiores. En esta obra todos los personajes son buenos y malos al mismo tiempo.
El poeta Basho se nos presenta como egoísta al preferir el camino de su propia perfección a salvar una vida humana. Más tarde rehusará también hacerse cargo de la educación de un muchacho en busca de maestro. Sin embargo, se indigna ante la tiranía de Shogo y se compromete en la lucha para liberar al pueblo. Más tarde, al tener a Shogo en sus manos, es incapaz de perdonar: se duele de haber dejado a aquel niño con vida.
Shogo es un tirano. Su origen incierto pesa en él de una manera decisiva. Sin embargo, Shogo, el ateo, es capaz de preocuparse por un monje como Kiro. Es capaz de respetar sus ideas y de quererlo a su manera ruda. Shogo es capaz de salvar la vida del heredero del trono y de entregar el niño al poeta para que se encargue de su educación.
Tanto Shogo como Basho se lamentarán más tarde de haber dejado a un niño con vida.
Kiro, ni bueno ni malo, se suicida porque no comprende nada. Lo único que comprende es que la vida es un juego sin reglas en el que es prácticamente imposible participar.
Edward Bond no nos da una solución directa al problema. Parece decirnos sólo que es inútil este eterno estar tratando de dividir a la humanidad en buenos y malos, en justos e injustos. ¿Será la sociedad, el hombre mismo, quien ha implantado reglas contradictorias que es imposible seguir? El concepto que el hombre tiene de lo que es bueno y lo que es malo, ¿está en contradicción directa con su esencia?
En un momento de la obra Basho dice: “quien cría fantasmas, terminará poseído”.