Diorama de la Cultura, Excélsior
Lorca y Así que pasen cinco años
Héctor Mendoza
El estreno en México de Así que pasen cinco años de Federico García Lorca viene a ser todo un acontecimiento cultural en nuestro medio. Y digo nuestro medio porque, por desgracia, ya sabemos que lo que se hace en materia de teatro en México no trasciende nuestras fronteras.
Así que pasen cinco años está considerada como una de las obras más difíciles de García Lorca, y es tal vez por esto que nadie se había atrevido a tocarla. Sin embargo, ahora que han pasado los años –el título resulta casi profético–, un director mexicano, Julio Castillo, redescubre la obra y encuentra que hoy en día su explicación ya no ofrece las dificultades que se le habían atribuido hace 38 años.
La obra empieza por mostrarnos a un personaje que García Lorca llama simplemente "el joven" –en quien nosotros descubrimos al poeta–, enfrentado a "el viejo". Poco a poco nos vamos dando cuenta de que el viejo es un personaje irreal, totalmente hipotético. El joven poeta se encuentra ensimismado, solo, frente a su futuro –el viejo– que no acaba de aceptar. La visita de otros jóvenes nos dan la dimensión del pasado del poeta; dos épocas distintas de adolescencia. Una escena intercalada entre un niño y un gato muertos, nos habla del fin de la inocencia recordada como un sueño. Los recuerdos de infancia aparecen como un funcionamiento subconsciente que se cuela como un intruso dentro de la corriente del pensamiento del joven.
En este mundo interior del poeta entran dos personajes femeninos: la novia y la mecanógrafa. La novia es el sentimiento romántico largamente añorado y eternamente lejano, inaccesible; la mecanógrafa no es en realidad otra cosa que el trabajo creativo –mujer posesiva– que se siente desplazado en un momento por el sentimiento romántico amoroso. En su primera aparición la mecanógrafa cruza la escena llorando y minutos más tarde reaparece anunciando que se va de la casa porque ama al joven. Al final del primer acto vuelve, maleta en mano, preguntando con esperanza si se la ha llamado. Esto ocurre cuando el artista adolescente –espíritu puro del sentimiento poético– ha entrado ya dentro del mundo consciente de los recuerdos. El joven, sin embargo, rechaza a la mecanógrafa.
En el segundo acto presenciamos el encuentro del joven con la novia el día de la boda. La novia, hecha de sexo, lo rechaza porque tiene las manos frías. El poeta llora su soledad, su amor romántico perdido, ante el maniquí que lleva puesto el vestido de novia que no llegó a utilizarse. El viejo –que sigue siendo el futuro–, reaparece alarmado temiendo por su vida. El joven entonces, revitalizado en el sufrimiento, decide ir en busca de la mecanógrafa, mientras el maniquí permanece solo, llorando porque nadie se pondrá el vestido de la novia.
En el acto tercero vemos como introducción una pequeña escena muy commedia dell'arte que da paso a otra en que la mecanógrafa es mostrada en paciente espera del poeta. Cuando el poeta llega, Arlequín le cierra el paso. El payaso, burlón, franquea el camino para que se produzca el encuentro idílico con la creación:
Joven: ¿Dónde vas, amor mío,
vida mía, amor mío,
con el aire en un vaso
y el mar en un vidrio?
Mecanógrafa: ¿Dónde? Donde me
llaman.
Joven: ¡Vida mía!
Mecanógrafa: Contigo.
Y el romance entre el poeta y la creación queda establecido. Pero al fin la mecanógrafa le dice que se irá definitivamente con él así que pasen cinco años. El cuadro final nos muestra al joven jugando a las cartas con tres jugadores. El joven pierde y se queda vacío, despojado, sin amor, con un eco que le repite sus preguntas. El joven muere.
Nos damos cuenta por fin de que hemos presenciado la lucha terrible, desgarradora, que tiene que sostener el poeta contra la vida para hacer posible la realización creativa que se ha visto constantemente aplazada. La vida –el riesgo en el juego– acaba por exterminar al hombre.
Sin embargo para Julio Castillo la obra no significa exactamente esto. Está el problema de la creación artística, naturalmente; pero la creación no referida a un poeta en abstracto sino a García Lorca en particular.
Al leer la obra ya nos hacemos conscientes de que García Lorca habla de sí mismo; pero habla de sí mismo con reserva: se generaliza; hace de su caso particular la lucha eterna del poeta con su vida a fin de poder realizar su creación. A Julio Castillo, que ama apasionadamente a Lorca, no le convence la autobiografía indirecta. Piensa que Lorca no se hace justicia a sí mismo velando los orígenes más profundos de la creación que revela el total de su obra poética. Castillo desnuda la obra con el amor de un amante desnudando a la amada. Ha quitado escenas pudibundas de la obra para mostrarnos una desnudez limpia y terriblemente conmovedora.
Para Julio Castillo la creación lorquiana no es un problema metafísico del confrontamiento simultáneo de los tiempos, sino el resultado palpable del cúmulo de experiencias del hombre enfrentado a su medio, al mundo que le ha tocado vivir. Y así, a pesar de Lorca mismo, Castillo lo descubre en esta puesta en escena; hace que la obra nos muestre la vida más íntima del poeta, que el poeta no quiso mostrar por un sentimiento púdico que hoy nos parece anacrónico.
La relación del joven con la novia, expuesta de esta manera, nos resulta doblemente dolorosa. Castillo nos muestra al homosexual que no puede librarse de la necesidad femenina; que sufre terriblemente al no poder asir el ideal requerido por una tradición familiar y por instintos heredados que siente correr sin saber cómo por alguna parte de su cuerpo. Su baile con el maniquí vestido de novia es desgarrador.
El idilio con la mecanógrafa en cambio se torna violento, sexual, desesperado. Pero insatisfactorio. Su frustración amorosa con la novia pesa sobre él como una lápida. La mecanógrafa al final lo domina, lo guía. El la sigue sin protestar, pero doliente y frustrado en los más íntimo de su ser.
Ver la puesta en escena de Julio Castillo de Así que pasen cinco años es gozar de una experiencia del teatro más puro y esencial de nuestro tiempo.