Diorama de la Cultura, Excélsior
Los juegos literarios en el teatro de Mario Fratti
Héctor Mendoza
De las tres obras que conozco de Mario Fratti, dos de ellas, La víctima y La jaula, son preciosos juegos literarios alrededor de un tema básico y común para ambas: el protagonista, creyéndose conquistador de una mujer casada, es sólo su instrumento para matar al marido, ya que existe un tercer hombre de quien la mujer está en realidad interesada.
El juego literario en La víctima rige mediante dos fórmulas: cambio de tono a un género tradicional y utilización de este género para satirizar sus propósitos.
La víctima pertenecería por su género a ese tipo de melodrama policíaco que se ha venido explotando en los últimos años; principalmente en el cine: un delincuente esquizoide –o varios de ellos– entra intempestivamente en una residencia y se apodera de sus moradores, manteniéndolos quietos bajo el terror de la amenaza armada. Al fin de este suspenso vivísimo, alimentado con los intentos fallidos de las víctimas por lograr que alguien se entere de su secuestro, una casualidad, un descuido o imprevisión del secuestrador trae a la policía al rescate. Los afligidos secuestrados, ya libres de la amenaza, perfectamente ilesos, dan gracias a Dios y a la Policía por su oportuna intervención. La obra de Mario Fratti posee todas las peripecias y reconocimientos del caso, y sólo difiere en que la víctima resulta ser a fin de cuentas el propio asaltante.
Aun cuando este final nos dice muy rotundamente que el autor ha cambiado el tono tradicional de melodrama correspondiente al género por uno veladamente fársico, ya nos ha estado dando aquí y allá desde un principio indicios claros de la transformación. Cito como ejemplo la presentación del asaltante. El hombre llega a casa de la víctima al mismo tiempo que un seráfico inspector de la compañía de gas: se encuentran en la puerta. El inspector apenas ha tenido tiempo de decir buenas noches, cuando el otro lo cose a puñaladas con igual cortesía. Todo esto en acción simultánea con la mujer que se hace ridículos arrumacos telefónicos con su amante desde el otro cuarto... Este es el tipo de exageración que utiliza Mario Fratti durante toda la obra para conseguir la alteración del tono melodramático. Hay que tener en cuenta que ya de por sí el tono que acompaña a estos melodramas policíacos está siempre a punto de rebasar el límite de lo serio. Mario Fratti lo único que hace es darle el empujoncito decisivo para ponerlo del otro lado. Sin embargo, lo hace con tal finura, que un director escénico con poco olfato no se dará cuenta del juego literario del autor y dará al traste con la esencia de la obra al no percibir este cambio tonal.
El otro juego literario consiste en la fórmula homeopática de Cervantes de barrer con las novelas de caballería, escribiendo otra novela de caballería. Fratti, lo mismo que Cervantes, termina por enamorarse en secreto del género literario que ha escogido como blanco de sus ataques. Así, odiando y amando al mismo tiempo este tipo particular de melodrama policiaco, Mario Fratti se lanza a escribir un melodrama policiaco del mismo tipo que delate a los anteriores para exterminarlos de una vez por todas. Nos quiere decir: todos los melodramas policiacos de este tipo son apenas algo más que atractivísima mugre; éste, el mío, sólo conserva lo atractivo al tener el buen tino de poner en evidencia la mugre de todos los demás.
Este segundo juego literario utilizado por Fratti ha llegado a ser una moda artística de la cual se ha estado abusando en los últimos años. Es muy probable que Fratti, que es un escritor inteligente y enterado, haya tenido también esto en cuenta para agregar una sátira a su sátira, haciendo la delación de las delaciones.
El juego literario en La jaula es de otra índole. En esta obra Fratti nos muestra un juego superior, más limpio y más difícil.
Un hombre se ha encerrado voluntariamente en una jaula para no tener contacto alguno con un mundo absurdo y cruel que se resiste a aceptar. Su único conocimiento del mundo se lo da la lectura apasionada e infatigable de los cuentos completos de Antón Pávlovich Chéjov, que se sabe de memoria y es capaz de citar palabra por palabra, con número de página de la edición que posee. El mundo real, a pesar de todo, llega hasta él, se mete en su jaula y lo aniquila. Cristiano, el enjaulado, que no ha tenido en su juventud ojos más que para Chéjov, un buen día sin más mira las piernas de Chiara, la mujer de su hermano. Chiara no es feliz en su matrimonio; ha soportado gritos y malos tratos. Aprovecha las miradas de Cristiano, las asegura interesándose ella a su vez por Chéjov, y logra su propósito. Cristiano, pensando ya salir de la jaula para huir con Chiara, ahorca entre sus brazos y los barrotes de la jaula a su hermano. Consumado el homicidio, Chiara falta a su palabra y entrega a Cristiano a la policía, Chiara ha estado esperando pacientemente al tercer hombre que vendrá a librarla del hastío de su soledad.
El juego literario de Fratti consiste en ir haciendo avanzar la acción prácticamente a base de citas literarias. Pero contrariamente a lo que pudiera pensarse, esto no sólo no hace pesada la obra, sino que la llena de interés y de un encanto muy peculiar. Cristiano no vive más que a través de la experiencia chejoviana; la experiencia de Chéjov es la suya propia. La literatura ha venido a sustituir de una manera más valiosa aún la experiencia vital que no ha tenido y lo ha encerrado tan totalmente en su círculo que él mismo parece estar convertido en un personaje más que por descuido se le olvidara a Chéjov. Chiara, la cuñada, igualmente se valdrá de las citas de Chéjov para conquistar el corazón y la voluntad del enjaulado.
Sin embargo la obra en sí no tiene parecido alguno con las obras de teatro del propio Chéjov. No es una obra de Chéjov más –aunque Cristiano pueda parecer un personaje de sus cuentos–, porque es una obra acerca del trabajo literario de Chéjov. El experimento, lúcido y complicado, logra una especie curiosa de ensamblaje entre dos géneros literarios que no tienen nada en común formalmente: el teatro y el ensayo literario. Porque esto es lo que resulta a fin de cuentas con La jaula: además de ser una obra de teatro espléndida, es un precioso ensayo sobre el espíritu chejoviano. El autor se ha valido de la acción teatral para rendir homenaje a un escritor –curiosamente más al cuentista que al dramaturgo– que ama y casi parece conocerse de memoria el mismo Fratti.
La jaula es un juego literario brillante y original, en que lo literario –el procedimiento en sí tanto como la participación del espíritu chejoviano– viene a ser la finalidad más legítima del juego.