Diorama de la Cultura, Excélsior
Columna Diorama Teatral
El Teatro Popular
Mara Reyes
¿Cómo debe ser el teatro popular? Esta pregunta y sus distintas respuestas han sido muy discutidas y aún existen divergencias de criterio. Hay quien asegura que el teatro para ser popular debe ser educativo, hay quien dice que debe ser accesible y procurar estar a la altura de un pueblo que hasta ahora, en su mayoría, no ha cursado más allá de la primaria. Hay, incluso, quien se atreve a manifestar la inutilidad de darle teatro al pueblo. Otros se rebelan y claman porque el teatro no se rebaje, sino que se eleve el nivel del pueblo para que pueda éste comprenderlo.
Nosotros, apoyándonos en el dicho popular diríamos “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no le alumbre”. El problema es otro. Hacer un análisis minucioso requeriría escribir mucho más que un corto artículo, pero bien podemos tratar de desbrozar un poco el matorral.
En primer término hay que deslindar el concepto: teatro y la especificación de: popular. Si examinamos la historia, vemos que el teatro más importante siempre ha sido dirigido al pueblo –pueblo se le ha dicho siempre a las clases menos poderosas– ¿A quién dirigían los griegos, si no a la polis entera, sus producciones teatrales? Cuando Shakespeare era representado en el Teatro del Globo ¿quiénes eran los asistentes? ¿Lope de Vega, para quién escribía? Más bien debería llamársele “teatro” al popular y al otro, al que ahora llena nuestras salitas de 12 pesos, titularlo “teatro burgués”. Esta sería una más lógica denominación. Aunque lo ideal es que ocurriera como en Finlandia y en algunos países, en los que no hay diferencia entre uno y otro; los teatros de los sindicatos obreros, se ven concurridos sin discriminación –pues también hay una discriminación vista al revés– por las altas clases sociales, lo mismo que los teatros comerciales de tipo burgués lo son por las clases populares.
¿Qué se precisaría para hacer teatro popular? ¿Bastaría bajar el precio de entrada de nuestras actuales salas? Evidentemente no.
El factor fundamental que determina la franca ausencia del pueblo en el teatro es la temática de las obras representadas y hasta el ritual; con sus exigencias de bien vestir, etcétera.
Lo indispensable es que sean temas que al pueblo le interesen por su contenido humano. Deben tratarse los problemas desde el punto de vista del pueblo; y ser manejados con sencillez, sin el rebuscamiento de las que han llegado a un falso refinamiento. No puede pedírsele al pueblo que se identifique con los dramas nebulosos, existencialistas, de una sociedad en declive.
Es común, en cuanto se trata de hacer teatro popular, caer en excesos innecesarios. Se confunde inmediatamente al teatro con la pedagogía y se pretende enseñarle todo lo que hay [que] enseñar, en cada obra. Romain Rolland en su ensayo sobre El teatro del pueblo, dice y con justicia, que el espectador en estas ocasiones ve llegar el anzuelo y se torna desconfiado; Rolland, clama por un teatro que “desborde alegría y salud”. Pero no una alegría que intente divertir de manera trivial, a costa de lo que sea, sino una alegría sinónima de energía, de fuerza. No es necesario de ninguna manera, como muchos creen, que los personajes que se desenvuelvan en este tipo de teatro, en México, deban ser de sombrero ancho y hablar de “cantadito”. Hemos visto emocionarse y hasta enardecerse a mujeres de rebozo y guarache, con Fuenteovejuna. Es decir, basta que un problema sea humano, sin que se recurra ni a la demagogia, ni a la morbosidad, para que sea comprendido.
Y en México, mientras no haya una correlación o unidad, entre los dramas que se representen –sin olvidarse que el pueblo es sano y es humano– el local en que deban ser llevados a escena y los medios de ejecución, será muy difícil hacer que el pueblo vaya a los espectáculos teatrales.