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Siempre, 11 de diciembre de 1991

 

Teatro

Rafael Solana

Ante varias esfinges de Jorge Ibargüengoitia, dirige Ludwik Margules

Al comenzar la segunda mitad de este siglo se produjo en México un cierto movimiento teatral al que no fue ajeno el director japonés Seki Sano, quien, entre otras acciones que dejaron huella muy profunda, introdujo una especie de religión chejoviana; en la Sala Chopin (hoy teatro Principal) presentó un programa llamado Tres joyas de Chéjov, con pequeñas obras de don Antón (una de ellas, El canto del cisne, era un monólogo a cargo de don Arturo Soto Rangel; en La petición de mano intervino Manolo Fábregas; y en El oso vimos a Wolf Ruvinskis, quien fue, con María Douglas, una de las máximas estrellas egresadas de la escuela japonesa). Seki influyó no solamente en los actores (también Leonor Llausás fue discípula suya), sino en los directores, y hasta en los jóvenes autores que por aquel tiempo brotaban; en el altar del doctor Chéjov quemaron incienso los más talentosos principiantes, y uno de ellos, Carballido, cobraría con el tiempo tan fuerte personalidad que no sólo igualó al maestro, sino, a nuestro modesto juicio, ampliamente lo han superado ya en tres campos: el de la comedia larga, el del paso de comedia, o pieza en un acto, y hasta en la narración; sólo como médico, pues ese arte Emilio no lo practica, supera, suponemos, el ruso al veracruzano.

Cuatro escritores regresaban una tarde, por ferrocarril, de Aguascalientes, donde habían asistido a la feria de la uva, invitados por don Narciso Ortiz Garza, y para entretener su ocio idearon un juego literario: escribir, un bocadillo cada uno, una comedia al estilo de algún dramaturgo de moda: había dos féminas: Elenita Poniatowska y “La China” María Luisa Mendoza, y los otros dos bolígrafos eran el del poeta de Saltillo Héctor González Morales y el de un comediógrafo jarocho en aquel tiempo recientemente debutado. Escribieron una comedia que pareciera de Luisa Josefina Hernández, dramaturga que estaba entonces en toda su fuerza.

Si no estuviéramos seguros de que aquella obra de broma desapareció, ahora podríamos creer que Jorge Ibargüengoitia la había encontrado y conservado, y firmado con su nombre, bajo el título de Ante varias esfinges, Ibargüengoitia era en aquel tiempo un autor incipiente; se le conocía sólo por Susana y los jóvenes y Clotilde en su casa; (más tarde desarrollaría una gran capacidad como humorista, en el teatro con El atentado, por ejemplo, o El viaje exquisito, y otras piezas) o en la novela con Los relámpagos de agosto, Que maten al león, Estas ruinas que ves y otras obras magníficas, a algunas de las cuales dio gran gran popularidad el cine. Si Ante varias esfinges no estuviera escrita en 1954, sino 10 o 15 años después, ahora podríamos creer que era una sátira, una burla del chejovismo (y del luisajosefinismo, y del juangarcíaponcismo) por la melancolía de sus tintas, lo sombrío de sus caracteres, la pesadez de su tono. Casi una parodia. Pero lo más probablemente es que Jorge la haya escrito de buena fe, sin intención burlesca, porque  era un estilo que en aquellos años de moda (justamente 50 después de la muerte de Antón Pavlóvitch).
           
Pero un Ibargüengoitia es un Ibargüengoitia, de cualquier época que sea; como un Diego Rivera cubista, o como un Picasso figurativo. Ante varias esfinges ha sido puesta (1), bien que en un teatro pequeño (pero en el que hemos visto ya varias obras de primera fuerza) con un director de gran cartel y con un respeto campechaneado, en el que cinco figuras importantes se codean con cuatro tiernas, a la sombra todos de un enorme maestro. Teatros más capaces que la Casa de la Paz no lograron conjuntar un equipo como el que forman Aurora Molina, Dolores Beristáin, Silvia Mariscal, Luisa Huertas y Luis Rábago, bajo el ala de don Augusto Benedico; la obra está muy repartida entre 10 personajes, y si nos fijáramos mucho para averiguar si alguno de ellos es más importante que otros, tal vez llegaríamos a pensar que es el que se dio a Laura Almela, de menor nombradía que varios de sus compañeros. Sin embargo, en la representación, el que cobra mayor vigor, con su personalidad y su maestría, es don Augusto, aunque no le tocó sino una viñeta de un anciano que se aproxima al término de sus horas, papel breve, pero tan bien hecho, que impacta al espectador y que constituye una cátedra. La señora Molina y Sonia Linar sostienen diálogos tan arrastrados, tan lentos, que recuerdan el teatro Noh, de Kyoto. Lolita y Silvia cargan con tristes personajes notoriamente inferiores a la capacidad histriónica de ellas.

Azorín decía que algunas obras famosas cambiarían por completo de sentido si permutasen el nombre por el que son conocidas. Proponía para Otelo el siguiente título: ¡Y todo por un pañuelo!. La pieza de Jorge Ibargüengoitia a que nos venimos refiriendo recibiría nueva luz si en vez de llamarse Ante varias esfinges (título barroco y difícilmente inteligible) se llamara: Préstame cincuenta pesos.

1. Se estrenó el 20 de septiembre. Idem. P.91