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Siempre, 13 de mayo 1970

 

Teatro

Rafael Solana

Frida Kahlo de Federico S. Inclán

Tenemos a Fritz Shroeder por uno de los mejores autores teatrales de México (ustedes lo conocen como Federico Inclán), y con curiosidad esperábamos su nueva obra, después de que había dejado pasar algunos años sin estrenar, Inclán es un autor muy versátil; ninguna de sus obras se parece a otra; las hay históricas, anti-históricas, políticas, vodevilescas, dramáticas, antológicas; o mejor haríamos en decir todo eso en singular; no solamente estrena obra, sino estrena género, cada vez que da a la escena una pieza.
           
La más reciente se llama Frida Kahlo, y tiene por personaje central a esa notable pintora que casi o todos nosotros hemos conocido personalmente, como a Diego Rivera, que también aparece, y como a la otra persona que rudamente caricaturizada, con violenta y descortés sátira, tan injusta como poco caballerosa, se deja ver también en la comedia; cierto que el autor advierte que se ha tomado libertades; al personaje de Diego lo ha infantilizado, y al de Frida le echó encima torrentes de azúcar; pero con el otro se descompasó; exageró la nota; no se puede presentar así en escena a una señora viviente, ni por muchas advertencias que se hagan de que no se trata de un retrato sino de una invención.
           
Como Frida es el centro de la obra, y como lo interpreta ese papel una gran actriz, que además está estupenda, nos pareció una descortesía muy desagradable que el actor, aunque también sea importante y aunque también esté bien, se apodere, al final, del centro del escenario, y salga a recoger aplausos hasta después que Stella Inda; ella es todo esto: la estrella de la obra, la que está mejor en ella, la que lleva el papel titular de la pieza, y, por encima de todo, una señora, una dama; de manera que quien tendría que salir al final, a los aplausos, habría de ser ella; por muchos que hubiesen sido (y muy merecidos) los que antes se hubiesen tributado a José Gálvez.
           
Pero así como encontramos error en la salida a recoger aplausos, lo hallamos también en la publicidad, y en las invitaciones; en las invitaciones ni siquiera se le ocurrió a nadie mencionar, al autor, aunque se nombrara a todos los actores, hasta los papeles chicos; en los anuncios sí se cita a Fritz, pero en letras mucho menores que las usadas para los nombres del asistente de dirección, de la escenógrafa, y de los últimos de los intérpretes, no todos ellos estrellas resplandecientes. Pone la obra Bellas Artes, donde ya muchas veces han sido los autores tenidos en tan poco aprecio, que, por ejemplo, en poquísimos casos les han pagado sus derechos; hubo una vez un director general del INBA que opinaba: “que se conformen con que se les pongan sus obras y no quieran que encima les hagan propaganda, y hasta les paguen”. Y todavía hay allí quien piensa así ahora, y se sigue incurriendo en descuidos muy injustos. (Igual criterio tienen la UNAM y el OPIC).
           
La obra de Inclán es, por supuesto, lo mejor del espectáculo; Frida Kahlo es un obra poética, irreal, tierna, en general, dulzona. El personaje central ha sido concebido como un conmovedor merengue (todos sabemos que Frida no lo fue nunca) y así lo ha interpretado, muy brillantemente, Stella Inda, que se anota un colosal triunfo con esta rentrée; una enorme dosis de emoción, de ternura, pone Stella en su personaje, al que hace no digamos simpático, sino adorable. No se preocupó Stella por tratar de parecerse físicamente a Frida, ni siquiera imitó sus vestidos más vistos, ni su peinado. Ha creado un personaje angélico, meloso, con la más íntima compenetración; en el suyo, de actriz, un triunfo admirable.
           
Mucho más lúcido y escandaloso es el papel de Diego Rivera, que hace José Gálvez, y por eso se cree él el triunfador de la obra; en su imitación del físico del corpulento Diego no acertó del todo Gálvez, a pesar de que algo, por momentos, recuerda a Rivera por sus ojos batrácicos; pero como tiene todos los gritos, todas las frases graciosas, se hace agradable, y arranca muchos aplausos. Gálvez es un gran actor, y el papel es bueno, de modo que hay tela de donde cortar, y  hay quien sepa cortarla.
           
Una joven actriz que siempre ha estado brillante y lúcida, en todo lo que le hemos visto, la santafecina Betty Catania, desempeña con soltura, con aplomo, con agudeza, el papel antipático de la obra, la caricatura cruel, e injusta; luce mucho en el papel; pero éste no es agradecido, en el sentido de que no conquista simpatías, aunque da oportunidad de dejarse ver a la artista que lo hace.
           
Hay varios artistas más en dos clases de papeles, los humanos, como con el del padre de Frida y el de su médica, ambos bien hechos, y los poéticos, los de los judas, muy aplaudidos, pero a nuestro juicio acartonados y falsos (por supuesto); en uno de ellos ha sido desperdiciado Valerio Garza.
           
Félida Medina ha hecho una escenografía lírica; se ha salido por la tangente; no encerró a Frida en su drama, sino la libertó en un arabesco que nada tiene que ver con el alma de la protagonista ni con el texto de la almibarada tragedia; salirse por peteneras suele llamarse a ese no enterarse de nada sino hacer una graciosa pirueta y escapar del compromiso. Hacer una escenografía no es amueblar, aunque sea a medias, un escenario, sino es colaborar para el servicio, el ambiente o la mejor comprensión de la obra; todo eso, que tan estupendamente hizo Félida Medina en Los albañiles por ninguna parte se ve en  Frida Kahlo, donde la escenografía “se escupió de la suerte” y colocó unos artilugios que lo mismo pueden servir para el Ballet folklórico que para un recital de romances de García Lorca.