“Yo creo que se necesita reaprender a bailar o que se necesita aprender alguna otra cosa para inmediatamente después –quizá– volver a bailar”. Con esas palabras, Pina Bausch definía hace algunos años el abismo ante el que el tanztheater había colocado al arte de la danza.
El fenómeno surgido de los “teatros de danza” alemanes, que –en mi opinión– equivale al advenimiento de la puesta en escena teatral, enfrentó a públicos y creadores con los límites de un lenguaje artístico liberado de sus ancestrales convenciones y técnicas.
En efecto, los espectáculos del Wuppertal Tanztheater y de otras célebres compañías, como el Volkswang Tanzstudio, parecían haber abandonado definitivamente el lenguaje dancístico, denigrarlo hasta su propia parodia, denunciar su agotamiento.
Pero, como dijera el poeta Octavio Paz, “la historia del arte es la historia de sus resurrecciones”, y la presencia de la cara dancística de la Schaubühne de Berlín, en el XXX FIC, ha venido a confirmarlo. Cuerpos de Sasha Waltz es un estremecedor testimonio de un arte resurrecto.
Tal parecería pues que el tema central de un espectáculo perfecto (el cuerpo) adquiere así un sentido metafórico que lo libra de la obviedad, si la profundidad y brillantez de su tratamiento, en términos formales y conceptuales, no fueran suficientes.
Ecléctico en la elección de sus lenguajes,
Cuerpos saca partido de la apertura gestual del teatro-danza y su incorporación de nuevos códigos significantes, así como de su técnica de ensamblaje subjetivo o collage que catapulta las imágenes hacia formas inclasificables de representación. La sucesiva alternancia de gestos mínimos y grandes estallidos de acción, de quietud y caótica violencia, como la alucinante secuencia en que un esquiador desciende del telar de Bellas Artes para concluir con el impresionante derrumbe del muro, remiten a los momentos más altos del
tanztheater.