relevantes de las puestas en escena de
Fábregas.
Tal vez en donde más se
aprecie la fastuosidad de la producción sea en el vestuario. El número de
trajes con que se atavían los actores, cantantes y bailarines, podría contarse
por cientos, no por decenas. Y salvo algunos trajes de la novena escena “Mirando
la vida pasar”, con que se cierra el primer acto, todos contribuyen a dar esplendor
a la comedia.
La dirección orquestal, a
cargo de Enrico Cabiati, es acertada, y una de sus
virtudes es la de hacer sonar a la orquesta lo suficiente para dar brillo al
espectáculo, pero sin sobrepasar la voz de los cantantes. La coreografía de
Fernando Azevedo mantiene siempre un ritmo que da agilidad
a las escenas. Manolo Fábregas logró coordinar, sin rupturas de estilo, las
partes habladas, con las partes cantadas y los bailables, de manera que la
acción se sucede con fluidez.
Graciela Nájera, quien había
triunfado ya en Libertad Libertad!,
triunfa nuevamente en esta obra. Aunque su voz es pequeña, la suple con
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su gracia, su simpatía y sus dones de actriz, de
tal suerte que lleva al público hacia el punto donde ella quiere llevarlo, sin
ninguna dificultad.
La mejor voz del
conjunto es, sin lugar a dudas, la de Raúl Lavie,
quien posee todas las cualidades necesarias para una comedia musical: naturalidad,
como actor; voz bien impostada y flexibilidad corporal para las escenas bailadas.
Una falla fácilmente corregible es la de la acentuación equivocada en algunas
frases -pocas, muy pocas por fortuna- (y no me refiero a la diferencia de
cadencia que tienen al hablar quienes han nacido en otro país de habla
hispana), pero fuera de esto, que es pecata minuta, es
un nuevo valor que, con esta obra, conquista un puesto en el teatro de México.
En cuanto a José Gálvez, actor
de primera magnitud, me parece sumamente acertado que no haya caído en la tentación
de cantar, y se limite a “parafrasear” el canto. Por supuesto, todos sabemos
que el fuerte de Gálvez no son las comedias -aunque se haya dado a conocer en
México, precisamente con una comedia Divorciémonos,
al lado de Manolo Fábregas- y menos aún las comedias musicales, sin embargo,
saca su papel con decoro, aunque éste no le permita desarrollar al máximo todas
sus facultades histriónicas.
Un actor que parece hecho a
la medida de esta comedia, por la forma en que se asimila a su personaje, es
Héctor Herrera. Y una joven actriz que también destaca, primero por la manera en que fue dirigida por Manolo Fábregas,
y segundo, por sus propias dotes y su vis cómica, es Marta Zamora.
En cambio Ana Margarita, a
pesar de contar con una voz dulce, deja traslucir
de tal manera su inexperiencia teatral, que en ciertos momentos -especialmente
en la escena de la sombrerería- la comedia se hace densa y pesada, por su
culpa. Le falta fluidez.
De todas maneras, estos
pequeños lunares no hacen sombra, y la comedia cumple plenamente sus
propósitos.
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