al maestro es una satisfacción. La primera
pantomima sobre la “creación de un muñeco” es extraordinaria. Además de su
pulcritud en la realización, su máxima cualidad es la de representar de manera
a la vez tierna y dramática, el despojo que hace de sí mismo todo hombre que
“crea” algo -en este caso, es un muñeco- y que deja en su creación sus propios
atributos.
El artista va dejando en cada obra un
jirón de su ser. De aquí que cuando los “investigadores” desean conocer íntimamente
a un creador, tienen que indagar en su obra íntegra para encontrar aquí y allá,
diseminados, fragmentos de su ser. Alexandro consiguió proyectar esa sensación de vacío que se apodera del creador una vez que
ha concluido su obra y a la cual, con una palmada en la “espalda”, la deja
seguir su propio camino, quedándose en la soledad de su identidad perdida.
Alexandro completa la idea de la creación del muñeco
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con otra pantomima que sitúa al
final del espectáculo: la muerte del muñeco. Hasta ahí, todo es elogio y reconocimiento.
Pero lo que tengo que objetar, es que el espectáculo no mantiene esa unidad. Es
demasiado disperso, demasiado repetido y con una dosis excesiva de explicación
de intenciones y propósitos. Alexandro se ha
caracterizado siempre por tener una imaginación inagotable; sin embargo, aquí
tuvo que recurrir de nuevo a las pantomimas de manos ya conocidas, y realizadas
con menor perfección de como las dio a conocer hace años, recurrió también a
ciertos pasajes de La ópera del orden que han perdido
su frescura y, sobre todo, que no tenían un “porqué” en el espectáculo. Esa
falta de unidad y de razón de ser de diversos pasajes, dio por resultado una
representación dispersa, de la cual se entresacan valores aislados, pero sin un
valor de cohesión, de conjunción.
No acepto el pretexto de la falta de
ensayos. Alexandro no está en posición de disculparse,
¡tiene demasiado talento!
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