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Se alza el telón. El orden de los factores

por Malkah Rabell

La entusiasta admiración que por Luisa Josefina Hernández profesan sus alumnos, sus ex alumnos y en general el mundillo intelectual y en especial el del teatro, hace exigentes a quienes enfrentan su creación dramática. Lamentablemente, su obra que actualmente se presenta en el teatro Santa Catarina: El orden de los factores, no responde a la confianza que en ella se ha depositado. Se trata de una pieza bastante simple, obvia y hasta un poquitín ingenua. Y aunque la autora en el programa de mano aclara: "es un melodrama que trata de captar los rasgos característicos de la actual clase media mexicana, tan diferente de hace treinta años; una clase media que va perdiendo su tradicional hipocresía frente al sexo, al lenguaje y a los sucesos políticos..." lo que es muy cierto, pero el espectador desea sacar sus propias conclusiones. Obra que ha menester de explicaciones del autor, tiene seguramente alguna falla.

El orden de los factores es la historia de un grupo de gente apenas unidos entre sí por un tenue hilo argumental. A veces se diría que la pieza, en un acto, se va a desbaratar por falta de una mayor unidad dramática. Historia de una lucha entre generaciones, ya tan usada por toda una pléyade de dramaturgos principiantes durante la década pasada, que se hace cansadora y como desabrida. Muchos ejemplos nos demuestran que la juventud se entiende mejor con sus abuelos que con sus padres. Probablemente porque sus problemas chocan con mayor violencia con los intereses de la generación siguiente inmediata, la de sus padres, en tanto sus relaciones con los abuelos son más tranquilos e inofensivos. En la presente obra, presentada por la extensión cultural de la UNAM, es el personaje de la madre -tal vez autobiográfico-, que reúne todas las virtudes y conserva el amor de su hijo, en tanto éste odia y desprecia a su abuela. Lo que no deja de antojarse un rasgo demasiado subjetivo de parte de la dramaturga. Como la madre, María Elena odia a su propia madre, le resulta muy natural transmitir ese sentimiento

a su hijo. Lo que no impide que María Elena sea un personaje muy poco simpático. Y no es el único. Todos los protagonistas son antipáticos. La única escena con fuerza dramática es la última. Pero, después de leer el original me di cuenta que su sugestión más se debe al director que a la autora.

En su mayoría, los papeles poseen muy pocos elementos para lucirse, son más bien acartonados. Y el grupo de actores que los interpretan dejan frío al público. Entre esos intérpretes, algunos muy jóvenes y otros ya veteranos, sólo Pilar Souza dio vida a su personaje de la abuela con su clara dicción y cierto sentido del humor. Como María Elena, la madre, médica de una honestidad profesional quizá excesiva para ser creíble en los tiempos que corren, Angelina Peláez, siempre excelente actriz y a veces hasta gran actriz, estaba tan fuera de tipo tipo de gran pobreza dramática- por lo menos a mí -todos los demás personajes, tanto los veteranos, como Tarra Parra e Ignacio Sotelo, como los muy jóvenes, como Rafael Pérez Fons, Enrique Pineda- su papel de Franke, resultaba absolutamente incomprensible ¿un halcón?, ¿un policía?, ¿qué es?; Angelina Castro Curría, como la mitómana Lilia Roxana, personaje que parece fuera del contexto; y por fin el tipo mejor logrado, Reynalda, que la joven intérprete Irma Bello Woo no supo sacar adelante.

En cuanto a la dirección y a la escenografía, debida la primera a Raúl Zermeño, y la segunda a Felida Medina, ninguna de las dos logró salvar el espectáculo. El texto original dice que -la escenografía debe solucionarse en forma no realista y con el mínimo de utilería". ¿Por qué? No logró entender por qué la escenografía de esta obra perfectamente realista debe ser no realista. Mas, aunque Félida Medina no le hizo mucho caso y su creación resultaba de lo más funcional, la estrechez del estrenarlo, en ese pequeñísimo teatro, no permitía despliegues imaginativos. En lo referente a la dirección, la puesta en escena de Raúl Zermeño dio a la obra más vida y ritmo dramático de lo que el texto original ofrecía.