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Se alza el telón

Espectáculo de sensaciones: Novedad de la patria

por Malkah Rabell

Con Tadeusz Kantor, el director polaco que ya dos veces nos visitó, sucede como con Faulkner o con Ferdinand Celine. Nos envuelven como en una hiedra y resulta imposible desprenderse. Basta leer unos capítulos de Faulkner para ponerse a escribir faulknerianamente. De Céline ni que hablar. Por la década del 30, muy pocos jóvenes escritores franceses lograban escapar a esa "manera" céliniana tan peculiar. Hace unas dos décadas se ha realizado una encuesta entre literatos galos, y muchos de éstos, ya conocidos, no se avergonzaban de admitir cuán impresionantes fueron para ellos las primeras lecturas del autor de Viaje al fin de la noche en aquella época cuando nadie imaginaba que el originalísimo escritor un día llegara a ser colaborador nazi.

Nos hemos alejado un poco de nuestro tema, que es Novedad de la patria, espectáculo que Luis de Tavira creó con el poema de Ramón López Velarde: Suave Patria. Y la "suave patria" estaba en torno de él, en ese maravilloso bosque donde anida la Casa del Lago. Suave Patria o Novedad de la Patria, que desde el título tiene influencia kantoriana, con su Vielopole-Vielopole. Pero las influencias hay que saberlas asimilar, adaptar a un distinto temperamento y a una nueva imaginación. Y todo ello lo sabe hacer Luis Tavira. Le sobra temperamento e imaginación, y los despliega con absoluta facilidad. Lo típicamente polaco de Kantor se volvió típicamente mexicano en Tavira. Más aún, adquirió el suave, suavísimo soplo de la provincia, de aquella provincia por los años 20, cuando aún no existían gasolineras con el letrero "Pemex" a cada entrada de aldea, de pueblo, o de ciudad.

Y ahí estaba Luis de Tavira, con su Ramón López Velarde soplándole al oído: "¡Suave, suave! Aún más suave... pero ahora ya no. Ahora llega el tren y todo se conmueve. Debe oírse la llegada de la locomotora de lejos, con su corazón de hierro que resopla cansado. Y también deja que el escenario, con sus múltiples disposiciones, se llene de humo, como en los tiempos lejanos cuando los trenes se alimentaban de carbón. Y deja que Fuensanta se vaya. ¿Quién es Fuensanta? ¡Qué importa! Deja que tome su maleta y trate de comprarse su pasaje y que se desmaye ante la taquilla. Deja que la solterona tome su baño en el primer piso de su casa. Acto que podemos observar

podemos observar por la ventana. No importa si todas esas breves imágenes, si todos esos nimios sucesos tengan o carezcan de unidad y de realismo. lo que importa es la poesía de las sensaciones!. . ."

Y son sensaciones que el espectáculo de Tavira nos trasmite. Un espectáculo más visual que verbal, con sus imágenes que se repiten y vuelven a repetirse. Y esta constante repetición de gestos, movimientos silencios y desplazamientos como fantasmales, poseen algo de onírico, de misterioso. ¡Ningún sentimiento, ninguna idea que puedan explicarse, sólo sensaciones!

El director logró reunir un excelente grupo de actores para papeles a menudo sin palabras, o palabras sin lógica que no se trataba de comprender sino de sentir. Que se imponían ni siquiera por el sonido sino por la imagen, y sobre todo por las extrañas expresiones del rostro. Rostros transformados en máscaras, rostros y actitudes misteriosos, sin explicaciones. Imágenes: viajes lejanos; vueltas a casa; llegada y partida de un tren; amor a lo pequeño e insignificante. Probablemente quien más llamó la atención fue José de Santiago, quien, quizá por primera vez, cantaba en público. Y este conocido escenógrafo y artista plástico, reveló una preciosa voz, acompañado por la guitarra de José Frank, con quien formó una pareja de cantantes populares, que interpretaban canciones zacatecanas de Jerez, la ciudad natal del poeta.

No menos adaptados a sus papeles eran Ignacio Retes, que desde La visita del ángel volvió al escenario en plan de actor. También aquí tuvo un papel de pocas palabras pero mucha presencia. Arturo Beristáin, como el periodista, parecía haber llegado a un lugar remoto, iba y venía como en una pesadilla, con un rostro nuevo, como todo en esta representación. Julieta Egurrola como Fuensanta, y Rosa María Bianchi, como la "Ojerosa y Pintada", no dejaban recuerdo de sus palabras, sino de sus presencias, largas, largas, más en Fuensanta que en la "Ojerosa". Siluetas que se alargaban en el recuerdo como imágenes de El Greco.

Y volviendo a su papel de escenógrafo, José Santiago logró un decorado que parecía necesitar mucho espacio, y no obstante en el minúsculo escenario de la Casa del Lago lograba las más extrañas combinaciones.