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Estreno de La mandrágora, de Niccolo Machiavelli, bajo la dirección de Seki Sano

Armando de Maria y Campos

    Nicolo Machiavelli fue un célebre escritor y hombre de estado italiado. Conviene fijar las fechas de su nacimiento y muerte para ilustrar al lector que ignore estos datos, porque  son fundamentales para interpretar el sentido teatral y costumbrista de la rara y preciosa joya del teatro universal -¡La mandrágora!- que hace unas cuantas horas un grupo de actores de México representó bajo la dirección del nipón Seki Sano, según versión castellana de Álvaro Arauz. Maquiavelo nación -1469- y murió -1527- en Florencia. Durante catorce años fue secretario del Gobierno dei dieci de la República florentina. Desempeñó numerosas embajadas en Italia, Francia y Alemania. Vueltos los Médicis, Maquiavelo perdió su cargo y fue encarcelado. En la cárcel se dió a escribir con tal fortuna, que León X le propuso escribiera la reforma administrativa florentina, y Clemente VII le encargó escribir la historia de Florencia. Durante mucho tiempo, Maquiavelo ha sido presentado exclusivamente como un escritor cínico que aconsejaba a los príncipes del uso de la violencia o la corrupción, justificando toda una conducta en nombre de la razón de Estado; como un ambicioso que para conquistar el favor de los poderosos halagaba sus malas inclinaciones; en una palabra, como el creador del maquiavelismo. Es apasionante la figura de Maquiavelo como político y escritor, pero debo ceñirme, en ocasión del estreno en México de La mandrágora -comedia en cinco actos, estrenada en Roma en 1514 y, después, representada en el Vaticano, ante el Papa Clemente VII, en el año 1920-, a su personalidad como autor teatral.
    En síntesis, podría decir que Maquiavelo puso los cimientos del mejor teatro italiano con su inigualable comedia, que es un modelo de agudeza y malicia, para el que se inspiró en un hecho real, Calímaco quiere seducir a la casta Lucrecia, esposa del doctor Nicia, quien no logra satisfacer el deseo de ella de tener un hijo. Disfrazado Calímaco de médico, con la complicidad de fray Timoteo y la inconsciente participación del propio marido, induce a Lucrecia a tomar una porción de raíces de mandrágora y logra finalmente ser su amante, sin que la adúltera sienta demasiados remordimientos por el pecado. la obra está plena de fina comicidad y sus personajes están trazados con mano certera. Siglos después, el tema elegido por Maquiavelo había de servir de modelo -con numerosas variantes- al teatro francés. Dante Bicchi ha dicho

de La mandrágora que es y será siempre la más espléndida joya del teatro italiano.
     La importancia de este auténtico estreno en América -en Europa se ha representado recientemente-, nos lleva a espigar algunos datos más que permitan al lector contemporáneo valorizar mejor esta vbella y divertidísima pieza de teatro, a la que Arauz, su traductor, cargo de ricas metáforas, que no reducen la belleza del texto italiano y le dan un exquisito sabor poético. Según Giovanni Cantieri, hay quien ha querido ver en la Mandragorizomente (mujer que hace uso de la mandrágora), de Alessi, un precedente de la comedia de Maquiavelo. Pero, en realidad, de los cinco fragmentos que de ella han persistido es difícil formarse una sola idea de su argumento. Por lo que no es aventurado asegurar que, aún suponiendo que Maquiavelo los conociera, su imitación queda reducida, en todo caso, el título. Se puede, pues, asegurar que La mandrágora es la primera comedia italiana completa y verdaderamente original. Entre los extraordinarios tipos de Mester Nicia, Calímaco y Ligurio, que en momentos recuerdan personajes de los cómicos griegos y latinos y de los cuentistas del Cuatrocientos italiano, campea soberana la figura de fray Timoteo, nueva y no superada en el teatro, y que basta, por sí sola, a dar una idea clara de la decadencia de las ideas religiosas en el Cinquecento, ocasionada por la corrupción del clero y por el nuevo espíritu indagador que prepara los ánimos para el gran movimiento de la Reforma.
     Poseo -invaluable joya en mi biblioteca, tan trabajosamente formada- una de las primeras ediciones, por supuesto en italiano, de La mandrágora, ilustrada bellamente, para ser más rica, y por ello puedo afirmar que David Antón ha creado una escenografía muy hermosa, propia y evocadora, inspirada en grabados italianos del siglo XV, algo de lo mejor que se ha hecho recientemente y que marca un innumerable camino a seguir. También el vestuario -rico y suntuoso del mejor gusto, diseñado por Lucile Donnay- corresponde a la época y sigue a ésta como la sombra al cuerpo. Por exigencias de la estrechez del escenario de El Caballito, se llevaron a la acción de La mandrágora movimientos convencionales, inspirados en el teatro japonés -el No, particularmente-, explicables por la intervención de un director de esa nacionalidad, Seki Sano, quien contó con la colaboración de la talentosa coreógrafa Waldeen, para darle agilidad de farsa con injertos de ballet, a la acción de la

encantadora y cínica comedia de Maquiavelo. Un discreto clima musical, creado por Antonio Castillo Ledón, que usó música -grabada- con instrumentos de la época y otras afines, contribuye a revivir, en su propia y maquiavelica salsa, la alegre aventura de Calímaco y Lucrecia, que pudo representarse, suponemos que con el mayor desenfado en Roma, en el teatro de Vaticano, ante la propia, tolerante presencia del Papa Clemente VII.
     Señalada la importancia -belleza, propiedad y riqueza de escenografía y vestuario- cabe hablar en seguida de la traducción, dirección e interpretación. La traducción de Arauz -edita en sus colecciones mesénica- es correcta limpia y se enriquece con el cabrilleo de poéticas metáforas muy... cinquecentas. La dirección redujo la acción de los cinco breves actos, a dos, y solucionó el movimiento de trastos para cambiar el lugar de la acción, utilizando proedimientos del teatro clásico del Oriente -más viejo que la época en que vivió Maquiavelo-, insinuando convencionalmente los trastos de utilería y atrezzo y haciendo que  éstos fueran movidos por los propios actores, como en el Teatro No japonés. Muy bien resultó todo, por cierto, aunque no tanto la iluminación, por deficiencias del equipo eléctrico ajenas al director.
     La interpretación -me refiero a la de la noche de estreno-, correcta en general. Claudio Brook, como Fray timoteo, realizó la mejor creación de la noche. Hace un religioso convincente, cínico y simpático, humano en fin, y en todo momento con autoridad de actor cuajado. Julio  Taboada como Calímaco, muy en tipo, se mostró nervioso y más cerebral que emocional. Cumplió, sin embargo, como Carlos Petrel en el Ligurio, que deominará y realizará con mayor agilidad en representaciones posteriores. Carlos Ancira se mostró el actor frío y concienzudo a que nos tiene acostumbrados, haciendo el doctor Nicia y prodigando veracidad, Olivia Michel, debutante al parecer, luce muy hermosa y está, por su belleza y juventud, muy en el personaje. Graciosa Lucile Donnay en su episódica intervención, y, sin desentonar, Carmen Sagredo como Sóstrata, la estatua madre de Lucrecia. Al final humo cálidos aplausos para todos y un autógrafo de Diego Rivera para David Antón reconociendo la inspiración y la calidad de su escenografía.