El Día
Columna Se alza el telón
El juglarón en la Secretaría del Trabajo
Malkah Rabell
Quién imagina un espectáculo organizado por el CONACURT para trabajadores y empleados de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, sin valores artísticos algunos, ingenuo y fácil, se equivoca, y gravemente. La representación que vimos el 12 del presente de la obra del genial poeta español, León Felipe: El juglarón, dirigida por Fernando Rubio, fue preciosa, alegre, agradable y bien montada, con actores jóvenes, aún desconocidos, pero profesionales, de una gran frescura y espontaneidad todos, pero entre quienes se destacaba sobre todo Ignacio Illescas en la interpretación del protagonista: el juglar. El juglarón, breve obrita donde León Felipe dramatiza, y hasta "poetiza" tres relatos de la literatura universal, tal como fue presentada en el escenario del auditorio Primero de Mayo, puede satisfacer al público más exigente. Y los espectadores de la noche de estreno, que llenaban la sala y hasta los pasillos ya de pie ya sentados en el suelo, recibieron la representación con un entusiasmo y con tan sinceros aplausos que emocionaban.
Un juglarón, o simplemente un juglar, es el que "por dinero recitaba, cantaba, bailaba o hacía juegos y truhanerías; él que recreaba a los reyes y cortesanos recitando o cantando poesías de los trovadores", tal nos lo explica cualquier diccionario. Pero León Felipe a su juglar moderno le da un sentido más de prestidigitador, que en nuestras imaginaciones y ante nuestros ojos hace nacer un mundo de fantasía, ya divertido, ya grave; ya satírico, ya romántico; el que dramatiza en el escenario de nuestros sentimientos las obras de los "trovadores" modernos. Y así su Barca de Oro da vida escénica a un cuento de cuatro cuartillas, El stradivarius, de Vicente Riva Palacios, y su Tristán e Isolda deriva de un muy hermoso cuerpo (cuyo título no recuerdo), de O' Henry, de su colección Cuentos de Nueva York. Humorístico el de Vicente Riva Palacios, y muy romántico y lacrimógeno el de O' Henry. Pero la obrita más divertida fue: La mordida de un sabor netamente voltairiano, que presentaba a un joven muy simple, muy Cándido; y algo homólogo de éste se llamaba Simplicio. Pues, Simplicio, detenido ante la puerta del rey primero por el Portero número uno y luego por el portero número dos, se ve obligado a prometer a cada uno de ellos la mitad de la recompensa que con toda seguridad le ofrecerá el monarca por el ganso que le trae de regalo. Y nuestro Simplicio, opuesto a Cándido, pide como recompensa 100 latigazos, pero no los sufre; los reciben el primero y el segundo portero.Y nuestro héroe es nombrado consejero del rey... Y nos explica el autor, que la "mordida" aunque conocida en México como producto nacional no deja de ser tan vieja, tan antigua como la historia humana.
Sin pretensiones, sin exigencias y sin publicidad, he aquí como el personal de una Secretaría a través de su "Programa Interno de Bienestar Familiar" puede de esta manera asistir gratuitamente a un teatro de excelente calidad, que a menudo ignoran los espectáculos llamados profesionales o mejor dicho "comerciales" preocupados por la taquilla. Precisamente por su calidad, nos da pena que este arte escénico no llegue a más amplio auditorio._