FICHA TÉCNICA
Título obra Los dÃŒas felices
Autoría Claude AndrÈ Puget
Notas de autoría Magda Donato / traducciÛn
Dirección AndrÈ Moreau
Elenco HÈctor GÛmez, Alicia RodrÌguez, Ada Lea V·zquez, Carmen Bassols, Hern·n de Sandosequi, Humberto Osuna
Escenografía Antonio LÛpez Mancera
Grupos y compañías Alumnos de la clase de perfeccionamiento de la Esucela Dram·tica del INBA
Espacios teatrales Teatro de La Capilla
Referencia Armando de Maria y Campos, “Los discípulos de André Moreau representan en el teatro de la Capilla Los días felices de Puget”, en Novedades, 17 noviembre 1953.
TRANSCRIPCIÓN CON FORMATO
Referencia Electrónica
Novedades
Columna El Teatro
Los discípulos de André Moreau representan en el teatro de la Capilla Los días felices de Puget
Armando de Maria y Campos
Que nadie se llame a engaño. Quienes ahora se trasladan a Coyoacán, al teatro de la Capilla, de Salvador Novo, ya saben a lo que van, y ya saben lo que les espera. Los más aventajados discípulos de la clase –tercer año– de "perfeccionamiento" de la Escuela Dramática del Instituto Nacional de Bellas Artes, que creó y dicta el buen comediante francés André Moreau –largos años ha residido en México, querido y respetado por sus alumnos, con un puesto eminente como director de Les Comédiens de France desde 1945, que los presentó por primera vez en la radio, en la estación XEB–, representan una encantadora comedia francesa, Los días felices de Claude André Puget, traducida "a la española" por Magda Donato, a quien el autor le otorgó la exclusiva para ponerla en la lengua de Manuel Azaña, antes que la notable escritora y actriz pasara a México a vivir.
Y nadie se llama a engaño, porque todos saben qué obra van a ver y actuadas por quiénes en el precioso teatrito de Novo. ¡Si así fuera siempre!... Porque una de las causas del nada sólido auge del momento teatral que México viene viviendo desde hace más o menos dos lustros, es la confusión a que se ha llegado con la huida de los actores profesionales al negocio del cine –sin contar con los que se han hundido en el olvido– y la invasión –marea– de teatro llamado experimental de cientos de aficionados a representar o a dirigir, que por cuenta propia, reunidos en grupos de diversas denominaciones, o dispersos, escalan los más respetables escenarios o improvisan los suyos propios y, con todo derecho, representan piezas de éste o cualquier autor, abren las taquillas y esperan a que el espectador pique, o... a que se les agoten los "donativos" que con plausible esfuerzo obtienen de instituciones liberales o de personas ricachas que, a la postre, no van al teatro, ni a verlos.
Ya no saben quién es quién. Los profesionales veteranos se dejan dirigir por novatos; los aficionados (o experimentales) recién salidos del cascarón y sin pasar por las escuelas de INBA o de la ANDA muchos de ellos, alternan, o se cobijan al calor de los profesionales, y éstos buscan a los "experimentales" para valerse de sus entusiasmos o ilusiones.
Y de todo esto tiene en gran parte culpa grave la crítica, o esos críticos simples, de bondad cómplice o de tolerancia desaprensiva, que no saben distinguir, señor, ni señalar con claridad. Este es teatro de profesionales; éste, teatro burocrático, es decir, producido por el INBA; éste, teatro por aficionados, y éste, finalmente, teatro por estudiantes, alumnos de las escuelas de la ANDA, del INBA, o de academias particulares, como la del señor Seki Sano, la más seria y responsable de cuantas a la fecha funcionan.
Desentendiéndose un poco el público de su paso por la taquilla, olvidando que se le hace pagar igual cantidad –diez pesos como mínimo– por presenciar la actuación de profesionales, de escolares o de aficionados, ver representar a los discípulos de Moreau la preciosa comedia de Puget es sentir una de las emociones más puras y cristalinas de que se puede gozar con una comedia sana, fresca, sentimental y divertida. Una comedia para jóvenes, hecho por jóvenes. ¿El lector recuerda aquella muy andaluza, azucarillo de Sevilla, El amor que pasa de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero?... Es el mismo tema de la de Puget, sólo que en vez de ocurrir en pueblecillo cercano a Serva la Bari, pasa en una aldehuela de los alrededores de Potiers, cerca de París. Un galán que pasa, enciende el amor en tres almas juveniles, y se va. Eso es todo. Lo demás, melosidad andaluza, romanticismo principios de siglo en los Quintero, travesura, picardía y romanticismo también –¿quién que es, no es romántico?– en la picaresca comedia de Puget. Estoy de acuerdo en lo que –según el programa de esta función– dijo el crítico Paul Reboux, con ocasión del estreno de Los días felices, en París: "¡Qué preciosa obra! ¡Qué alegría nos ha proporcionado! Y, además, ¡qué bienestar!... Corresponde exactamente a lo que desean los espectadores de hoy. Queremos lozanía y honradez. Las complicaciones malsanas, las aventuras sombrías, nos asquean o nos aburren. Y Claude André Puget ha escrito una obra juvenil, delicada, limpia, alegre, sincera, movida con ritmo irresistible. Esta comedia es para las almas modernas lo que On ne badine pas avec l'amour de Alfred de Musset, para las almas románticas".
Los días felices se representó por primera vez en español en Morelia, en el teatro Ocampo, con motivo de las fiestas michoacanas en memoria del padre Hidalgo, el 5 de mayo de este año, única vez, por los mismos intérpretes de ahora, menos Farnesio de Bernal, que es sustituido por Héctor Gómez. Moreau logró darle a la acción un ritmo vivo, vivísimo –se trata de jóvenes a los que les bulle la sangre– "irresistible"; halló para cada personaje el tipo exacto, y cuidó de la dirección hasta en el más leve matiz. ¡Parecen profesionales con experiencia los discípulos de Moreau!... Alicia Rodríguez se nos presenta en Pernette hecha una delicada, sensible, magnífica dama joven: está encantadora, y lo que es más, en todo momento inteligente. Ada Lea Vázquez, sobria y muy segura. Muy viva, humana y comprensiva Carmelita Bassols, discípula también, a lo que parece, de Seki Sano. Héctor Gómez demuestra que no en balde ha trabajado al lado de profesionales, haciendo buenos papeles, como éste de ahora, en el que está excelente. En Hernán de Zandozequi, hijo, se advierten condiciones poco comunes para encarrerarse en carrera tan larga y difícil como es la de actor. Humberto Osuna cumple decorosamente y no desentona. Un correcto escenario de López Mancera completa la buena impresión que produce esta obra para jóvenes hecha por jóvenes, que ni mandada escribir para demostrar los adelantos de quienes estudian en serio para que a su tiempo se les tome en serio.