Rodolfo Obregón
Decálogo de los lugares comunes sobre la crítica
Rodolfo Obregón
Para todos los que voluntaria o involuntariamente colaboraron en la elaboración de este decálogo
1. El crítico es un creador frustrado.
Ya don Antonio Magaña Esquivel se encargó de desfacer este entuerto al voltearle la tortilla al más grande lugar común y asegurar que nuestra estirpe prolifera porque el autor (el director, escenógrafo, actor, y demás miembros del hecho escénico, podemos añadir) es un crítico frustrado. Puesto que ha perdido la capacidad autocrítica, alguien tiene que ayudarle a verse y entenderse.
2. En México no existen críticos.
Si el mismo don Antonio no basta como botón, añádanse a su nombre los de distinguidos estudiosos y cronistas de la talla de Manuel Gutiérrez Nájera, Xavier Villaurrutia, Celestino Gorostiza, Ermilo Abreu Gómez, Marcial Rojas, Rodolfo Usigli, Armando de Maria y Campos, el implacable Jorge Ibargüengoitia, Carlos Solórzano, el no menos virulento Guillermo Sheridan y… no me meto con aquellos en activo para no herir susceptibilidades.
3. Sólo habla bien de sus amigos.
En materia de oficios, uno se hace amigo de aquellas personas cuyo trabajo respeta. Luego habla de ellos; y, a menudo, pone en riesgo la amistad. (Desconozco si alguna vez Ibargüengoitia intimó con Jodorowski, pero resulta admirable que el crítico vilipendiado por un joven Carlos Monsiváis sólo hablara bien de los experimentos escénicos de Alexandro, tan a contrapelo de su propia creación teatral.)
4. El crítico tiene que ser objetivo.
Refuta Albert Einstein, quien se pasó este lugar común por el arco de la relatividad.
5. Si la crítica celebra la obra, es buena y está bien escrita.
Si no, es que el crítico no entendió nada.
¡Qué pobreza de crítica a la crítica! Y luego quieren que uno sea objetivo... (En todo caso, muchos deberían tomar en cuenta el sabio consejo de Ana Francis: “yo soy de las que cree que la crítica sirve para algo… sobre todo cuando la lees seis meses después”.)
6. El crítico ladra porque quiere un hueso
Lugar común autóctono y exclusivo de estas tierras, donde el canino cree que todos son de su ralea. Por fortuna, o porque los huesos ya están más que roídos, es especie que tiende a desaparecer.
7. La crítica afecta (para bien o para mal) a la taquilla.
Parece que nadie ve las salas vacías donde se representan espectáculos atractivos para los especialistas o las pésimas obras que convocan multitudes. Además, aquellos que opinan que la crítica debe promover al teatro deberían pagarnos como publicistas.
8. El crítico tiene la última palabra.
Refuta el lector, quien se apoya en la crítica para juzgar mejor la obra, y de paso juzga al crítico. (Por otra parte, la crítica no va siempre detrás de la creación. Como señalaba Xavier Villaurrutia, casi siempre los aciertos poéticos comienzan por ser aciertos de crítico.)
9. El crítico ve los toros desde la comodidad de su barrera.
Tampoco es cómoda la posición del crítico, a medio camino entre la escena y la sala; menospreciado por unos y, a menudo, contradiciendo la opinión de los otros. “Y ya se sabe lo difícil que resulta para un espectador aislado aceptar o rechazar un espectáculo en contra de sus vecinos… no es agradable estar solo en el teatro” (Ubersfeld dixit). La batalla del crítico, además, suele darse también en sus medios, donde debe defender los valores de su arte frente a las exigencias de venta y los códigos de moda.
10. El crítico ayuda a conocer mejor la obra.
Como la excepción que confirma, algo hay de cierto en esta frase; tanto como lo hay al decir que la obra ayuda a conocer mejor al crítico.
Proceso, 22 de diciembre de 2002.