Críticos del Sistema / Bert

Bruno Bert

Es periodista, formado en Buenos Aires e integrado a México a partir del año 1982. Publica sus críticas regularmente en la revista Tiempo Libre desde el año de 1985 y es corresponsal de la revista Primer Acto en España, La Escalera de Argentina y Teatro CELCIT. Ha publicado gran cantidad de artículos relacionados con distintas facetas de la actividad teatral en múltiples publicaciones especializadas de México y del mundo. Es cofundador de la Escuela del Espectador. Es director de teatro con una producción de alrededor de 50 obras, especializado en el área de teatro de calle. Es profesor de tiempo completo de la Escuela Nacional de Arte Teatral y maneja pedagogías alternativas a través de seminarios internacionales u organización de eventos pedagógicos en el país. Ha sido Director Artístico del Festival Internacional de Teatro de Calle de Zacatecas desde su fundación en 2001 hasta el año 2009.

Del uso y la libertad

Tiempo libre cumple sus primeros veinte años, y no puedo menos que asociar ese lapso al de mi propia estadía en México, levemente menor, pero casualmente vinculada desde el principio con esta publicación. Efectivamente, apenas desembarcado y para aumentar mis magros ingresos iniciales, decidí abrir un par de cursos de trabajo con el actor. José Enrique Gorlero, un periodista amigo de muchos años que me hospedaba en su casa en esos momentos, me recomendó de inmediato que los publicitara a través de las páginas de una joven revista ya muy consultada por el medio artístico. Yo no disponía de fondos e hicimos un muy generoso canje de publicidad por becas en el seminario a dictar. Esos lugares en realidad nunca fueron usados por la editorial, pero yo en cambio pude completar una veintena de alumnos en dos semanas. Claro, aún eran épocas de vacas gordas y la clase media disponía de un plus para su formación y también para su placer personal; pero el hecho es que un espacio y un gesto me facilitaron esos siempre difíciles primeros pasos en lo que entonces para mí era tierra nueva y extraña. Sólo dos años más tarde la dirección de la revista me solicitó que colaborara abriendo una sección de crítica en las páginas de teatro. Y aquí seguimos. Hoy quisiera señalar tres puntos de reflexión que hacen a la importancia que tiempo libre —en este caso desde su sección de teatro—ha adquirido en nuestro medio artístico y cultural.

El espacio es la presencia

Todos los que hacen teatro saben de la desesperante necesidad de figurar en un lugar de consulta pública y de los costos que esto significa habitualmente. Es la presencia que ratifica la posibilidad de que el público opte por lo que el artista ha creado. El camino del creador al espectador, que por supuesto se complementa con el sentido inverso del mismo sendero: aquel que busca el hombre de nuestra ciudad para disponer de un área de información desde el cual elegir la oferta cultural que más le convenga. Naturalmente hay diversos espacios pagados que cubren esa función, y también carteleras institucionales o de representación de los distintos foros que pueden encontrarse en nuestra ciudad, que cuenta con más de un centenar (en tiempos de auge han existido hasta 150 sitios fungiendo como foros escénicos) de funcionamiento simultáneo. Pero cada una de estas carteleras pagadas es naturalmente tendenciosa, ya que no es una información sino una publicidad. Sólo un espacio abierto y neutral, con posibilidad de coexistencia de lo comercial con lo experimental, de lo ya consagrado con lo que está naciendo, de lo absolutamente central con lo indudablemente periférico, puede permitir la sensación de una libertad de opción que efectivamente queda en manos de quien recorre el listado de los espectáculos en busca de su propia preferencia.

De las carteleras existentes es indudable que la de tiempo libre se ha vuelto como un referente insoslayable que incluso ha servido de modelo para publicaciones de nacimiento posterior. Y a la relación diaria y dinámica con este dúo espectador-artista, hay que agregar una tercer función que, tal vez poco visible en un principio, cobra relevancia al término de los años: la de ser memoria de lo efímero, y volverse una herramienta de trabajo para el investigador que busca profundizar sobre el hacer de cada etapa. Allí está el testimonio que luego habrá él de valorar, destacar o reseñar.

El ojo de la cámara

Otro factor paralelo al primero y de igual relevancia es el testimonio gráfico. Pálido reflejo de una dinámica escénica, pero verdadero tesoro cuando no contamos con otra forma que dé imagen y cuerpo a las palabras escuetas de un texto o de un anuncio.

En tiempos donde lo irónico es absolutamente prevaleciente, donde las imágenes invaden constantemente calles, planas y pantallas, tendemos a restarles valor como una natural defensa ante lo insignificante de tanta figura que nos aplasta. Pero el tiempo es gran maestro en valores y hoy ya se echa de menos la foto que testimonia la labor de un artista desaparecido hace apenas diez años; la manera de una puesta recordada con dificultad de principios de los ochenta o las habilidades sorprendentes de una escenografía ya desbaratada sobre el calor de una temporada que recién termina.

En este sentido, las fotografías que ilustran las páginas de la revista son por un lado el incentivo a la visión de los materiales, y por el otro, la arqueología viva de un presente que se hace pasado a la vuelta de cada semana. No conozco los archivos fotográficos de tiempo libre pero los imagino, en el área de teatro, mejor poblados que aquellos que pertenecen al CITRU, por ejemplo, institución dedicada justamente al cuidado e investigación de nuestro acervo escénico. Y hay una lógica, tiempo libre guarda seguramente de manera selectiva aquello que ha generado por propio uso, por la necesidad de su desarrollo editorial. Un Centro de Investigación, debe por el contrario ubicar y comprar "obra muerta", difícil y costosa actividad que los repetidos periodos de crisis van relegando casi siempre para mejores momentos, prefiriendo posibles donaciones desinteresadas. Es decir, que tiempo libre es seguramente una de las memorias gráficas del teatro de los últimos veinte años más significativas de nuestro medio, justamente por la pluralidad de su cartelera y por el no compromiso político con instituciones públicas o empresas privadas de producción.

Claro que aquí también tiene que ver la personalidad de individuos concretos, y creo que no es casual que los nombres de Fernando Moguel y José Zepeda sean ampliamente conocidos (y respetados) en el medio teatral. No sólo por la calidad de sus fotografías, sino también porque se hallan presentes en cuanto hecho se produce y en el lugar que sea. Allí no sólo hay oficio, sino también pasión por el teatro.

La reflexión crítica

Naturalmente el tercer espacio me involucra directamente y tiene que ver con la crítica que cada semana aparece abriendo o cerrando la sección de teatro.

Si miro una página impresa con los ojos entrecerrados, lo que percibo es un espacio blanco que se comba como pequeñas lomas de terreno, y en él una serie de manchas irregulares y rectilíneas que lo cruzan, paralelas e interminables. Como los surcos que deja un arado en la tierra virgen.

Y me gusta esta imagen, especialmente para la crítica, que es la encargada de hundir la mirada por debajo de la superficie y extraer en esa tarea cuidadosa y repetida las nutrientes que habrán de servir de reflexión para el público y los artistas.

El teatro es un cuerpo vivo y mutable que permanentemente cambia, manteniendo sin embargo una identidad: la que le permite, en este caso, ser mexicano. Y el crítico cambia con él, con la conciencia de una interrelación dinámica, siempre a la zaga del fenómeno creativo, como una sombra de la acción, pero muchas veces intuyendo líneas e interpretando posibilidades que se esconden en el teatro de hoy pero que florecerán en la escena de mañana.

Una publicación podría —resignificando la frase de Barba— ser como una isla flotante. Es decir, algo que sobre navega el fenómeno artístico, que se desplaza con las corrientes que éste va creando, pero que siempre es una tierra firme que periódicamente, tanto público como creadores y productores, visitan con la intención de mejor comprender y gustar de lo que se está haciendo. Un espacio de detención semanal para salir de nuevo a la caza del fenómeno vivo del espectáculo, de la polémica que éste suscita, del puente que la crítica intenta.

Es interesante percibir la crítica como un elemento orientador pero esencialmente polémico. Algo que incite a la formación de criterios personales, al conocimiento de la posición del crítico y por ende a la relativización de sus juicios. La crítica no es la verdad, sino sólo una de las formas posibles de analizar un fenómeno. Y allí está la clave: mantener siempre a la crítica como una posibilidad de análisis del hecho artístico y no un mero y arbitrario juego de adjetivaciones y valores. Creo que el ejercicio de la crítica es un ejercicio de la madurez.

Por eso estoy seguro que en definitiva una revista capaz de generar y mantener el espacio para ese ejercicio de la reflexión sobre nuestra creación teatral y sobre las acciones, crecimientos y retrocesos de sus artistas, se vuelve al paso de los años un referente en el ejercicio de la libertad creadora.

Hace alrededor de treinta años que ejerzo el periodismo en variados países, y me resulta evidente que los actuales momentos son especialmente difíciles para la crítica teatral. No sólo se cierran medios, sino que en la mayoría de los que aún existen hay una tendencia ascendente e irresponsable a desvalorizar los espacios para la cultura, y mucho más para el análisis crítico dentro del hacer artístico. Así, cada vez son menos las páginas (o los minutos) dedicados por ejemplo al teatro y menos también los especialistas que lo abarcan.

Es "normal", son tiempos autoritarios, y el arte siempre fue un peligro para el ejercicio irrestricto del autoritarismo social. De allí la importancia fundamental de aquellos foros que mantienen una posición contraria a esta tendencia y acorde con una larga trayectoria maridada con el ejercicio de la libertad de palabra y de reflexión.

Soy un convencido que tiempo libre contiene en su título la clave de su suceso. Porque naturalmente podemos leerlo de manera directa y lineal, como espacio de ocio, pero también caben, simultáneamente, otras alternativas de lectura. Es un ejercicio saludable fantasear las posibilidades de relación e interpretación de esas dos palabras, y creo que eso es lo que ha hecho nuestra comunidad artística y de lectores: un teatro vigoroso es una directa consecuencia de ese uso del tiempo y la libertad.

Tiempo Libre, núm. 1000 edición especial, 8 julio 1999, pp. 20-21.